Aunque tampoco es algo trascendental, simplemente es la consecuencia de lo que se ha podido ir leyendo en las distintas entradas escritas aquí.
El ritmo vital de India, el día a día, el minuto a minuto es tan diferente a lo que aquí vivimos que la adaptación es compleja. El norte, cerca del Tibet, es más llevadero, respiras mejor, pero el resto es agotador, consume una energía inusual.
También el tipo de viaje realizado, yendo de aquí para allá, no es el formato que a mi me gusta, prefiero llegar a un lugar que me diga algo y quedarme allí un tiempo. Pero ya se sabe que el viaje grupal tiene ese precio.
Así que año y medio después, iniciando la confección del blog4, Paseando por Norteamérica, me encuentro con esta tarea pendiente, el blo2 estaba colgado de sin un final que cerrara esa etapa viajera. Y aquí estoy, evocando aquellas imágenes que no son fáciles de olvidar, ni tampoco hay necesidad de olvidar nada, desde luego. Me marché de allí pensando “este país lo pongo el último en la lista de lugares a los que me iría a vivir, pero quiero volver algún día a visitar lo que aún no he visto, y a disfrutar con otro ritmo de algunos lugares ya visitados”. Y con la perspectiva más certera que da la distancia, sigo pensando lo mismo que entonces, me ha quedado esa sensación de “buf, qué estrés, había que salir de allí..” y también esa “mmmh, habrá que volver por allí, sí, dentro de un tiempo…”.
La verdad es que han quedado muchas cosas interesantes que contar, es una pena, pero cuando el estado de ánimo está tenso y además los asuntos tecnológicos tampoco ayudaban mucho, pasa lo que pasó. Pero al menos voy a citar los lugares por los que pasamos desde que escribí acerca de Haridwar y Rishikesh, dejando aunque sólo sean unas breves palabras sobre ellos.
Nainital fue el último contacto con el norte de aire fresco, un lugar de vacaciones para los Indios, una especie de Biescas pero a lo indio. Se estaba bien, pero no es un lugar como para repetir. Volvimos a Delhi, donde recogimos a Cris y de ahí nos fuimos a uno de los lugares más fascinantes del viaje: Amritsar. Amritsar sólo es el Golden Temple, bastión de los Sijks (peculiares personajes, recomiendo leer algo sobre ellos, por ej. http://es.wikipedia.org/wiki/Sijismo), pero aunque el interés de esa ciudad termine en el Templo Dorado, la sola visita a ese lugar ya casi hace merecer la pena el viaje hasta la India. Es uno de los lugares a repetir, y también será recomendable volver a dormir dentro del templo.
La siguiente etapa fue Jaipur, de la que ha ha contado algunas cosas Ignacio y de allí a Jaisalmer, visita también muy interesante. Lo venden con el atractivo de ir a dormir al desierto, lo cual nos hizo tener ciertos problemitas a la hora de contratar la aventurita, pero la ciudad en si misma es realmente impresionante, mágica. Si además se les ocurriera cuidarla un poco más y por ejemplo enterraran los miles de kilómetros de cables eléctricos que cuelgan penosamente por sus impresionantes calles, ya sería la releche.
De allí fuimos a Puskar, reducto neo-hippie y también de Israelís viajeros, donde se pueden pasar unos días agradables si no te dejas contaminar por tanto “superguay” que circula suelto por sus calles. Y luego Udaipur, bonita ciudad a la que llegué diarreico perdido. No está mal el lugar, para una primera vez está bien. Aquí fue donde Cris e Ignacio se separan y se marchan por delante a coger su vuelo que salía unos días antes que el de Baku y mío, así que nos quedamos los dos solicos, dejándonos llevar en los últimos días. Chittorgarh, pueblo cercano a Udaipur, fue una visita rápida, tenía una interesante fortaleza con algunas bonitas edificaciones. Y de allí a Mumbai donde nos dedicamos sólo al tema comercial, a comprar los regalos de rigor.
Y bueno, pues hasta aquí llega este blog, este accidentado relato de uno de esos lugares de la tierra que descoloca a cualquier occidental. Si algún lector que no ha estado allí duda si ir o no, mi recomendación es rotundamente sí. Ahora bien, mi otra recomendación es hacerlo sin ningún tipo de expectativa, ni para lo bueno ni para lo malo. Hay que dejar que todo fluya libre de prejuicios. Luego, a la vuelta, ya habrá tiempo de digerir todo aquello y de juzgar si se tiene necesidad de ello. India es… diferente, y como se suele decir, no deja indiferente a nadie, pero es tan peculiar que a cada cual le llega algo muy distinto que al otro, aún incluso viajando juntos.
]]>Después de la visita matutina al observatorio astronómico del siglo XVII, volvemos a la calle principal con ánimo de dirigirnos a un restaurante recomendado por la guía. Caminamos en fila india en la zona que no es ni acera ni calzada. Nos sorprende que durante unos cincuenta metros todavía nadie nos haya invitado a entrar en su tienda o preguntado de dónde somos. Finalmente aparece de entre los porches un hombre larguirucho con indumentaria de camarero español: pantalones de pinzas negros y camisa de manga corta blanca (aunque éste con un agujero a la altura del ombligo). Me zafo de su ‘de dónde sois’ con nuestra respuesta favorita: ‘Laponia’; así que pasa a los demás, que también se escabullen, hasta llegar al último, Baku, al que logra llevarse a una relojería adyacente. Tras unos minutos de negociación, la venta no acaba de fructificar, así que nuestro gancho se quedará sin comisión. No obstante, antes de que nos vayamos, nos pide un favor visto que acaba descubriendo finalmente que somos españoles: nos muestra un pedazo de papel, una página doblada de cuaderno de una línea, nos pregunta si seríamos tan amables de ayudarle con la traducción al castellano, ya que pretende comunicar con una tal Carmen, según él amiga suya, que reside en Madrid. Sorprendente. Hasta ahora hemos visto de todo en la India, pero nada de este tipo. La primera impresión después de todo lo visto en este país es desconfiar y pasar de largo, pero por otra parte apenas nos cuesta unos minutos y tenemos tiempo hasta la hora de comer. Accedemos. Nos lleva a la vuelta de la esquina, una especie de patio interior, con mesa y bancos donde proceder, mientras una cuadrilla de indios merodean aburridos sin nada que hacer alrededor. Por cuestiones de mejor letra y por ser la última en escaquearse, será Cris quien haga de escriba. Empieza el dictado:
Mi Querida Carmen:
¿Cómo estás, amor? espero que estés bien. Pienso en ti a todas horas. No puedo dejar de acordarme de ti ni un momento. Estás siempre en mi mente y en mi corazón las veinticuatro horas del día. Estamos muy lejos el uno del otro, pero unidos muy fuertemente en nuestro corazón, cómo me gustaría que estuvieras aquí conmigo! así podríamos hablar los dos cara a cara. No es posible ahora, pero espero que lo sea pronto. Por favor, no te preocupes por mí, todo lo que estoy haciendo aquí, en Jaipur, es trabajar y pensar en ti a todas horas. Estoy esperando el día en que volvamos a estar juntos. Sé que podemos ser muy felices juntos, así que déjame saber cuándo volverás otra vez. Me gustaría que vinieras y recogerte en el aeropuerto de Delhi. Dime con qué compañía vendrás, la fecha y hora y el número de vuelo….
Y hasta aquí se puede leer en la fotografía que hizo José Luis de la carta. Continua por la página de atrás, pero lamentablemente de dicho fragmento no tenemos ni pruebas ni memoria, aunque era un poco más de lo mismo.
La sensación que causó el final del dictado fue para alguno de nosotros de ‘por fin, así que vámonos ya’. En cambio para alguna fue de regusto sentimental, parecía todo impregnado de sinceridad y ternura… El amante indio mostró su agradecimiento a la escriba con tres sonoros besos en las mejillas y preguntándose qué podría darle a cambio de su tiempo, y le preguntó: ¿cuál es tu color favorito? - Azul. - Entonces ven a mi oficina que te voy a regalar un collar azul.
Nos pusimos en marcha. La comitiva la abrían en pareja el indio y Cris, a veces cogidos de la mano, a veces la mano sobre el hombro, siempre por iniciativa de él. Detrás comentábamos… A medida que recorríamos distancia y calles cada vez más estrechas y alejadas del centro surgían sospechas: se hace raro que dicho señor tenga su oficina tan alejada del lugar donde está haciendo de gancho, y además que no esté trabajando en dicha oficina (que por cierto, ¿de qué será?), el hecho de que nos lleve por callejones de extraño apetito para turistas como nosotros nos hace pensar que quizás todo sea un reclamo para llamar nuestra atención y así conseguir atraernos a un lugar al que ni por casualidad hubiéramos llegado solos. ¿Acabará mostrándonos algo que comprar?…
Finalmente llegamos a la famosa oficina: en la puerta nos cruzamos con una rubia cincuentona que se despide de un indio. Mientras los demás entramos, José Luis se queda con ella (me entran ganas de preguntarle si ha llegado allí después de escribir una carta de amor). Dentro, una mesa de cristal con toda la mercancía en su interior: collares, pendientes, brazaletes, anillos y todo tipo de adornos de plata; sobre la mesa un álbum de fotos: fotos de un viaje a través de toda Europa, pero en ninguna de ellas aparece el gancho, sino su socio el joyero. Después de entrar en escena, éste nos irá contando sus viajes de negocios a Europa, las concesiones que tiene para vender plata en determinados sitios.. y casi todo esto contado en correcto castellano. ¿Quereis un té? Dos síes, un no: al final se ha descubierto el pastel. Todo era un cuento, querida Carmen. Mientras tanto, José Luis sigue fuera con la guiri, resultará ser una neozelandesa que compra plata al por mayor a nuestros ‘amigos’ para luego hacer negocio en su país; nos contará secretos de todo tipo sobre timadores rajputas de joyería (si en una piedra de collar el fondo parece metálico u opaco, seguramente será un trozo de papel, o los falsos porcentajes de plata que nos pretenderán colar: 10% debido al uso de cadmio, en lugar del prometido 92´5) y de lo que no es joyería (tengamos cuidado cuando vayamos a Pushkar, un pueblo del mismo estado de Rupiastán: parece haber toda una mafia que aprovecha a las niñas gitanas para que si logran colarte entre las manos una florecilla para la ofrenda en el lago de cada atardecer, aprovechen para pedir hasta 3000 rupias y más vale pagarlas), el precio de la plata, consejos de viaje. En cambio me puede la curiosidad y permanezco dentro en la lección de psicología de ventas: a la clienta se le regalan unos pendientes con el fin de que sienta algo entre deseo y obligación a comprar. Y al cabo de unos minutos al fin funciona. Poco, pero lo suficiente para que Carmen siga viva en el recuerdo y se vuelva a utilizar contra futuras víctimas.
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Qué atroz que es viajar en avión. No te da tiempo a darte cuenta de que ya no estás donde querrías estar, a pesar de que te hayas pegado un día de viaje. De que, en unas horas, pocas o muchas, que más da, has dejado atrás, a miles de kilómetros, un país, paisaje, sensaciones y gente. Y que no quieres estar ahí adónde vas sino que te quieres quedar con esa gente, esas sensaciones, ese paisaje y en ese país.
Todo esto me venía ayer a mi nebulosa mente entre adormilamiento y adormilamiento viajero. Y pensaba en todo lo que dejaba atrás. Y no quería pensar en lo que venía por delante. Ni siquiera me alegré, más de lo estrictamente necesario por la perspectiva de una cama con sábanas anchas, cuando llegué a Zaragoza. Al contrario, me embargaba –y ahora al escribirlo me sigue embargando- una profunda tristeza.
No quiero decir con esto que haya vuelta transformada por la India, no. Nada de eso. Pero tampoco me ha dado tiempo de aborrecerla en quince días escasos. La publicidad turística gubernamental del país es “incredible India”. Y verdaderamente, lo es.
Pero aquí no quiero contaros mis impresiones de la India, que ya lo estoy haciendo en el otro blog (del que jl, por cierto, por fin ha puesto el enlace en éste…). Simplemente quería hablaros de la gente que he descubierto. En la India hay mucha gente. Y no me ha dado tiempo a conocerlos a todos. O sea, que no he podido descubrir a toda la gente que vive en la India. O sea que no puedo hablar de la gente que vive en la India. Hablaré de tres personas.
Ha habido una persona que conocía previamente un poquito y que ha sido una agradable sorpresa descubrirlo. De aspecto físico rotundo, personal y carácter a priori casi intimidatorio, con sus ideas bien asentadas y siempre vehementemente defendidas, al hurgar en él aparece una persona inteligente, de vasta cultura (eso se veía venir), sensible, enorme conversador y divertido. Me refiero al Baku. Resultaba fácil estar a su lado, a pesar de sus prontos y sus preferencias que lo hacía asemejar a veces a un niño mal criado (“vamos a hacer esto así para que no proteste el Baku”). Sí me ha gustado conocer a esta persona, con la que espero no perder el contacto.
El segundo ser en describir, había momentos que se parecía más a una computadora con patas y barba perezosa que a una persona en sí. Con calculadora, gps y amplia base de datos incorporada. Pero es un hombre. De eso te das cuenta porque los ordenadores no tienen sentido del humor. Un hombre joven de pocas palabras pero concisas y agudas como un florete sin bolita en la punta. Un hombre de aspecto serio, de mente activa e incansable, pero al que le he descubierto, casi robado, porque no se dejaba mucho, ramalazos de sensibilidad. Pequeñas grietas en su muralla dura e intelectual, de macho ibérico “buscando ganado” (¡las conversaciones que he tenido que aguantar!) por las que se atisban hasta puede que alguna que otra dosis de ternura. Ese es el Ignacio que he podido conocer estos días.
Por fin está José Luis. Pero de él no hablaré porque sería completamente parcial. Sólo que es un personaje extraordinario. Y, como le gusta a él, incluyo aquí el significado de la palabra “extraordinario” según la R.A.E.:
(Del lat. extraordinarĭus).
1. adj. Fuera del orden o regla natural o común.
2. adj. Añadido a lo ordinario. Gastos extraordinarios Horas extraordinarias
3. m. Gasto añadido al presupuesto normal de una persona, una familia, etc.
4. m. Número de un periódico que se publica por algún motivo extraordinario.
5. m. Correo especial que se despacha con urgencia.
6. m. Plato que se añade a la comida diaria.
Evidentemente, me refiero a la primera acepción, el sentido de “fuera de lo común”
Sí, han sido unos días inolvidables.
Aupaedurne
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A este tipo no lo hemos conocido en persona, pero sí a uno de sus discípulos, Punit, indio conocido a través del Hospitality Club (consultar www.hospitalityclub.org para saber de qué va eso) y con el que compartimos unas agradables horas, a la vez que el mejor almuerzo que hemos tomado hasta ahora en todo el viaje. Imagino que a medida que Punit iba sacando las viandas debía pensar que llevábamos sin comer varios días… Y estuvimos casi todo el tiempo hablando de religión, de cómo conocer a ese gurú le había permitido al dueño del hotel Jimmy salir de sus problemas con las drogas, y más aún, le había enseñado a ver a Dios en su interior. Nos dio la dirección del Ashram de este gurú en Delhi con la intención de visitar el lugar cuando pasemos de nuevo por la capital y que así tengamos la fortuna de que nos ilumine también a nosotros. Lo intentaremos, la cosa promete.
Haridwar primero y Rishikesh después, nos dieron bastante buen Karma. Son dos ciudades que al igual que Varanasi son paso obligado de los peregrinos que se dirigen hacia las sagradas fuentes del Ganges, y si bien al llegar temimos encontrarnos con una repetición del “shock” vivido en Varansi, enseguida comprobamos que no tenían nada que ver con aquello.
Vivimos las abluciones matutinas, la “puja” nocturna, toda la vida que rezuma constantemente en las orillas del Ganga, pero todo ello con una naturalidad y frescura que no sentimos en Varanasi. La tremenda religiosidad del pueblo indio es incuestionable (aunque posiblemente fuera nuestro error confundirla con la espiritualidad), pero la forma en la que la hemos sentido en estos lugares (creo que mis compañeros están de acuerdo con mis palabras, y si no, que maticen) nos ha hecho sentir muy a gusto aquí. Esta vez parecía que la “espiritualidad” no estaba en venta… (esta frase se la he cogido prestada a Sarah McDonald la de “Holy Cow”, es buena, ¿eh?)
Los shuds son tipos llamativos, sin duda.
Y también es llamativo encontrarte con una improvisada procesión (a pesar de la intensa lluvia que el caprichoso monzón nos trajo sin avisar, como todos los días) presidida por un lindo elefante en la que Ignacio (sí, el que está de espaldas) se vio sumergido y participando del baile jaleado por la multitud.

Todo era muy festivo, muy alegre; estas niñas, lejos de andar pidiendo rupias, sólo querían salir en la foto.

Y en Rishikesh (por suerte no vimos rastro alguno de los Beatles) nos alojamos en un Ashram.
Que nadie se lleve a engaño, un Ashram no es un hotel de 4 estrellas, más bien todo lo contrario. Como se puede apreciar en la foto con Baku, vives encerrado tras las rejas.

Son lugares para el recogimiento y la meditación. Todas las mañanas, entre 8 y 9:30 (en ayunas, como es de rigor), sesión de yoga (a la que nos apuntamos, claro). Si tenías narices de madrugar, también te ofrecían meditación a las 6:30 de la mañana. Por la tarde, más yoga si los tendones, músculos y articulaciones todavía tenían algo de vida… Yo pensaba que esto del yoga era para relajarse, uf, lo que hace la ignorancia…
Y en la puerta del Ashram, Ignatius se dio un baño sagrado. Pero creo que el sagrado trago no fue de su agrado…
Rishikesh también nos regaló la vista con sus cascadas y sus arrozales. Un bonita excursión, como todas las que hemos hecho por el norte.
Sus aguas no eran sagradas, pero el baño fue buenísimo.

Ah, por cierto, Baku y yo hemos hecho un envío de paquetes a España. Ahí van un montón de regalos que ya han sido comprados para evitar las prisas de última hora. Este “tailor” (que se debió hacer “rich” ese día con nosotros) nos los envolvió en tela, bien cosidicos y hasta lacrados, como en los viejos tiempos, ¡qué nivel! Eso sí, encomendaos a Shiva los que esperéis algún detallico para que la GPO india sea eficaz y no se pierdan los bultos por algún rincón…
Y bueno, estas dos poblaciones nos dieron muchos otros buenos momentos, pero veo que esta entrada va a salir muy larga, así que mejor seguimos contando tomando unas cervecillas a la vuelta.
Tan solo este par de fotos más, curiosas ellas, como la “demo” de subida a elefante que nos dio este buen señor que apareció sorpresivamente con su “vehículo” por una de las calles de Haridwar (cual cacharrería) y que lo dejó “aparcado” un momento para bajar a comprar algo.
O esta otra de la estación de tren, cuando íbamos a coger nuestro “sleeper” hacia Kathgodam. Eran las doce de la noche, y ese es el espectáculo que vimos al llegar a ella. Nos llevó un rato reaccionar, y aún más cuándo nos dimos cuenta de que no eran pobres sino familias normales y corrientes dormitando apaciblemente bien organizados tanto dentro como fuera de la estación esperando para pasar la noche hasta la hora de la salida de su tren. Contamos más de un millar. Este país es muy complicado de entender.
]]>La primera noche nos alojamos en una guest house que estaba bien pero no tenía las vistas a las que habíams acostumbrado a nuestro morro fino en McLeod Ganj, así que decidimos cambiar y la Dharma guest house se convirtió en nuestro lugar de retiro y reposo para los siguientes tres días.
Ahí estamos disfrutando de nuestra terraza tomando una cervecilla que acompañaba a un exquisito queso de Yak, mientras admirábamos el paisaje tras el columpio y las tumbonas… La India tiene momentos.
El pueblo en sí era tranquilo y curioso, con bastantes llamemos neo-hippies que buscan en él algo de paz y quizá otro tipo de condimentos distintos de los habituales en la cocina India. La maría crecía libre, salvaje y descontrolada en varios kilómetros a la redonda. Estos nuevos olores de la India no nos los esperábamos.
Pero también había bonitos templos, edificios que parecían recordar una época medieval, y unos populares baños públicos de agua caliente (muuuuy caliente) que servían tanto para lavar la ropa de toda la comunidad como para asearse por las mañanas también toda la comunidad. La verdad es que los Indios son muy limpios, con su cuerpo al menos, aunque luego el entorno no parece ser cosa suya…
Y en ese entorno volvimos a encontrarnos con paisajes hermosísimos, con nuestros queridos cedros, y con refrescantes cascadas.
Y deambulando por esos caminos perdidos entre los ripios después de agotadoras subidas, no es difícil encontrarte con alguna familia que ha plantado allí su casa y viven yo qué sé cómo y de qué. Pero siempre sonríen y nunca piden nada.
Los que sí pedían y había que negociar a muerte con ellos eran los comerciantes. Al final de este negocio de telas con Hashim (el de la gorreta roja), acabamos entablando una entrañable relación. Intercambio de teléfonos, e-mails y abrazos de hermandad. Muy emotivo.
Y es que esta gente del norte son majos, la verdad. En los pocos días que estuvimos aquí terminamos saludándonos con casi todos los de la calle principal (y única). El chavalillo de los zumos, el que nos informó en nuestros primeros momentos de desconcierto, el barbero que afeitó a Ignacio, el del puesto con queso de Yak, la encantadora cocinera japonesa de nuestro restaurante favorito… Sí, nos fuimos con cierto aire de melancolía, pero otra India aún por conocer nos estaba esperando. Tocaba alejarse de las montañas y tomar rumbo de nuevo al Ganga sagrado.
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Tocaba entrada sobre Manali y la vecina Vashist, que es donde estamos ahora, pero la velada de anoche en Casa Bella Vista con Marta, me ha hecho cambiar los planes.
Paseábamos despreocupados por la tranquila y única calle de Vashist, en la que nadie te molesta más allá del portal de su negocio, cuando unas voces hispanas nos hicieron detener y entablar conversación. Silvia, con un familiar acento barceloní, nos empezó a explicar muy entusiasta cómo esa era su sexta visita a la India, y que venía a ver a su hija Marta que no solo llevaba seis años en este país si no que además estaba casada con un indio. Marta estaba tomando un chai un poco más arriba y allí que nos fuimos junto con la dicharachera Silvia y su otra hija Mar, a seguir la conversación. Nos contó que tenía un “negoci” en old Manali, una casa con habitaciones y un restaurante en el que servía entre otros manjares de nuestra tierra, ¡tortilla de patata! No qusimos hacerles perder más tiempo y nos despedimos prometiendo pasar a cenar por su restaurante.
El lugar era magnífico, en lo alto del pueblo, con unas vistas envidiables, se erguía una gran y hermosa casa que combinaba la piedra, la madera y los espacios abiertos con un plácido toque feng-sui. Y no sólo pudimos comer tortilla de patata, si no que le regalamos también a nuestros estómagos champiñones al ajillo, huevos fritos, patatas bravas, una pizza al horno de piedra, y hasta una ensalada aliñada con aceite de oliva extra-virgen!
Y no es que estemos comiendo mal, porque a la supuestamente variada cocina hindú (mucho que comentar al respecto), hemos añadido a nuestro menú del viaje la cocina nepalí, china, tibetana, koreana, japonesa, árabe, italiana y alguna otra que ahora no recuerdo, pero es que realmente nuestra cocina es digna de ser añorada creo que en cualquier parte del mundo.
Pero no era realmente el hambre lo que nos llevo a buscar la escondida Casa Bella Vista, si no nuestra ya nerviosa necesidad de intentar entender lo que estamos viviendo en este país, hambre por intentar aprender algo más allá de la superficial postal que nos ofrecen sus inaccesibles habitantes.
Cuando estábamos tomando el chai, Marta apareció sonriente, se sentó con nosotros, y comenzamos a charlar y charlar y charlar… Nos contó cómo había llegado hasta aquí después de haber estado viajando sola más de dos años, cómo conoció a Guiri en un curso de yoga justo en el momento en el que había decidido marcharse a Japón a trabajar dándo clases de español e inglés, cómo se tuvo que poner firme junto con él ante una familia tradicional cuando decidieron casarse… Sí, esta encantadora mujer a la que escuchábamos embelesados con su acento cual masala hindú (indefinida mezcla de especias) entre inglés, hindi, punjabi, castellano como segunda lengua y catalán de Barcelona como fondo aglutinador, tenía mucho que contarnos, mucha India odiada y amada corriendo por sus venas.
Y comenzamos a hacerle preguntas y preguntas y preguntas… y ella, siempre sonriente, nos iba contando y contando y nosotros le cortábamos nerviosos porque queríamos saber más y más… Y sucedió lo que suele suceder en estos casos, que nuestra sabida ignorancia no sólo no fue sanada, sino que a medida que íbamos aprendiendo sobre este singular país, más nos dábamos cuenta de que era imposible comprenderlo si no te integrabas en sus entrañas como había hecho ella.
Silvia apareció tras casi las dos horas que estuvimos hablando, tiempo que se nos fue como un suspiro, y le dijo a Marta que Uma se había puesto a llorar y sólo quería ver a su madre… Uma (su niña pequeña de 1año) lleva el nombre de la reencarnación de Parvati, que representa a la gracia… Ram (su niño de 6 años que ya se maneja con soltura en hindi, punjabi, inglés, catalán y castellano ) lleva el nombre de la reencarnación de Vishnu, regidor del universo (que Shiva me perdone si me equivoco con estos datos). Esto de los dioses es un poco complicado, de ahí que posiblemente haya dicho alguna tontería, y es que según la guía del trotamundos hay unos 300 millones de dioses. Luego nos dijo Marta que no era así, que tan solo eran unos 6 millones…
Y Marta se fue a cuidar a su niña, y nosotros nos fuimos a digerir todo aquello, la tortilla de patatas, y esa nueva India que habíamos comenzado a conocer.

Para los que queráis pasaros por Bella Vista, absolutamente recomendable, aquí van sus datos:
Casa Bella Vista
Log Hut Area, Manali (H.P.)
Tfno: 01902-251985 - 098166-99663
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Por fin el norte, ansiado bálsamo reparador de ilusiones perdidas.
Dharamsala, ciudad que el gobierno de Nehru ofreció a los tibetanos para establecer su gobierno en el exilio, nos ha servido realmente para reconfortar nuestras deterioradas almas viajeras. Concretamente McLeod Ganj, precioso pueblecito a 10 km. tirando para arriba, donde además de un montón de tibetanos, vive el Dalai Lama.
Este baño en la cascada puede simbolizar ese respiro y el encuentro con una nueva India, aunque sea llena de amables y sonrientes tibetanos… Pero eso sí, en ningún momento hemos dejado de tener claro que seguíamos en la India.

Aún habiendo llegado tan al norte, en un entorno natural precioso, con las indias vistiendo sus escoscadicos y bonitos sudus y a pesar del beneficioso efecto tibetano, los indios no pierden sus costumbres tan fácilmente, y el cubo de la basura sigue siendo sencillo de encontrar para ellos…

Los tibetanos ponen su punto de color y también de humor a esta ciudad. Todas las tardes, entre las 7 y las 8, los monjes se reúnen en el patio del templo para poder desahogarse después de haber estado todo el día con sus cosas de monjes. Es un espectáculo verlos gritar, dar extrañas palmadas y reírse con ganas no sabíamos de qué. Además es contagioso, no hay más que ver Baku e Ignacio …
Los monjes y otros seguidores de las enseñanzas de Buda, pasean por los alrededores del templo moviendo esos rodillos en los que hay escritos mantras, los cuales son lanzados al viento para que impregnen la atmósfera de buen karma, al igual que lo hacen las telas llenas de mantras que cuelgan en los árboles.

Aunque no deja de ser curiosa esta pseudoreligiónfilosofía si nos fijamos en las ofrendas que le hacen a Buda en su templo.

Ah, y no hay que olvidar que los tibetanos están aquí porque tienen ciertas diferencias con los chinos, y en esta agradable ciudad nos lo recuerdan permanentemente en cada rincón.
Quedan muchas anécdotas por contar de esta ciudad, así como interesante gente con la que tuvimos la suerte de compartir muchos buenos ratos, como Víctor, un homeópata ex-óptico para más señas sevillano, absolutamente encantador. Quizá volvamos a coincidir con él en Haridwar (uno de los próximos destinos) y esperamos conocer también a su novia, que es ¡jugadora de mus!, y es que desde que JA se fue a comer tomate con sal a España, ya no hemos podido echar ninguna partida.
Y despido esta entrada con la foto de esta pareja con la que llegamos a Dharamsala, Nick y Maggie que llegaron a la India ¡a dedo desde europa…! Ya llevan más de un año viajando y aún tienen pensado seguir otro tanto por lo menos. Y es que este tipo de ejemplos viajeros son puro veneno para mí…
Se les puede seguir la pista en su web: http://www.nickandmaggie.com/
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