La campana de los perdidos

8 de Diciembre, 2007

Ya ha pasado una semana desde que aterricé en estas tierras y experimenté mis primeras sensaciones, como la del momento en el que frente al mostrador de información del aeropuerto de Barcelona le dije a la chica, “Che, disculpá, ¿tenés un mapa de la ciudad?”, y comprendí que esto del regreso me iba a costar asumirlo. O cuando me topé por la calle con un cartel de esos gigantes en los que Rajoy me sonreía… encontrarme a Zapatero tampoco hubiera sido para dar saltos de alegría, pero lo de Marianico con todos sus millones de fieles seguidores anónimos pero reales que inevitablemente me voy a tener que cruzar todos los días en mi camino en mi nueva etapa por estas tierras, provocó mis primeros síntomas de depresión y desazón y hasta de náusea, y me hizo pensar en lo complicado que es mantener la ilusión por acá, bueno, aquí.

Y en estos días, viendo cómo habéis seguido manteniendo vivo el blog, no he podido evitar el dar vueltas a la cabeza para tratar de comprender qué había sucedido con él, cuál era su extraño poder. Y en este feliz día en el que los hipermercados no abren sus puertas, me he decidido a abrir esta nueva entrada.

La campana
El miércoles fui con Aupaedurne a La Campana de los perdidos a ver una actuación de un tipo desconocido. Nos congregamos allí varios seres expectantes a ver qué nos deparaba la noche, pero hubo un problema: el que tenía que actuar no se había enterado de que su presencia allí era importante, y no apareció… así que nos quedamos a tomar tranquilamente unas Ambar, que ya las echaba de menos. Para la gente que no sepa qué es “La Campana de los perdidos”, explicar que es un bar de Zaragoza donde se hacen actuaciones y… bueno, es más que eso, es prácticamente el segundo hogar de muchos de los que allí nos juntamos. Llegué hace poquitos años a La campana, pero casi desde el primer momento me convertí en incondicional. Amo la música, es la forma de arte que consigue ponerme la piel de pollo en más ocasiones, y en La Campana, lugar hermoso, pequeño y acogedor, se da una inevitable pero agradable proximidad de los músicos con el público y también de éste entre sí, que permite que en los conciertos surja una extraña complicidad entre todos.
Cuando llegas a formar parte de la familia de La Campana, ir a una actuación se convierte de alguna manera en la excusa para volver a ver a tu gente, para aislarte por unas horas en ese protector bunker (La Campana es una cueva cuyas paredes son parte de los muros de la vieja ciudad). Y siempre sucede que ves caras nuevas, gente que se acerca por primera vez u otros que reconoces de una vez anterior y te alegras de que hayan vuelto, y sientes con ilusión que quizá pronto entren a formar parte de la familia. También están los que habiéndose hecho socios nunca acuden por allí, pero su espíritu anda suelto por entre las mesas. Y cuando los músicos consiguen crear algo de magia, se vive de una manera especial porque sientes que lo estás compartiendo con un montón de seres que vibran en tu misma sintonía.

Y así, he imaginado que el blog era como nuestra Campana particular. A mí me ha tocado estar en el escenario, y con vuestros comentarios me habéis otorgado el privilegio de continuar ahí todo este tiempo y habéis conseguido que me esforzara en intentar sacar lo mejor de mi mismo cuando escribía, me habéis hecho disfrutar tremendamente. Me sentía acongojado además, porque la mayoría de vosotros sois de esos que como decía Unatoñi, gustáis y disfrutáis del poder de la palabra, y además lo domináis mucho más que yo, pero amablemente habéis jugado el rol de espectadores y me habéis dejado que fuera tocando mis canciones dejándome disfrutar de ese humano placer de poder exhibirme y ver crecer el ego, jeje. Pero en realidad entiendo que lo verdaderamente hermoso e importante del blog ha sido que se ha convertido (posiblemente, como me decía Aupaedurne, desde la entrada de la presa de Itaipú, en la que me ignorasteis y os liasteis a charrar entre vosotros) en esta Campana de los Perdidos en la que poco a poco os habéis ido juntando una serie de seres (tanto los que participabais como los que me habéis confesado por correo que desde las bambalinas estabais ahí día tras día) a los que de alguna manera os mueve una misma ilusión, que creo que es precisamente la ilusión de no haber perdido la ilusión.

La Campana durante un tiempo estuvo cerrada, no hace mucho de ello. Las autoridades de esta ciudad, “volcadas” con la cultura, decidieron que no se podían hacer más actuaciones y dieron el cerrojazo. La tristeza y rabia fueron terribles, pero al cabo de no mucho tiempo la necesidad de su gente permitió que volviera a abrir sus puertas. Y así entiendo que la propuesta de Unatoñi de mantener vivo el blog es el deseo de mantener abierto este espacio en el que unos seres nos hemos ido reuniendo a alimentar nuestras ilusiones. Pero “las autoridades” me han hecho regresar y el paseo ha terminado, y las cosas que voy a vivir aquí, aunque estoy contento y tengo ganas de disfrutar de cada día, creo que no son suficiente fuente de inspiración como para seguir manteniendo vivo el blog… Imagino que poco a poco entraría en una lenta agonía y eso aún provocaría más tristeza que su repentina desaparición. Crónica de una muerte anunciada es un buen libro, pero ya está escrito. Como tampoco se ve muy posible que nos podamos juntar todos para una fecha concreta; ya se sabe, las obligaciones de cada cual lo hacen muy difícil. Bueno, yo mantengo ese fin de semana como fecha para encontrarnos, y los que no puedan acudir, pues seguro que encontramos otro momento para juntarnos.
Pero el que haya finalizado una etapa no tiene que ser motivo de tristeza sino de inquietud esperando la siguiente. Nuestra Campana tañirá de nuevo más temprano que tarde llamándonos a todos para avisar de que la roulote empieza a calentar su motor, y estoy seguro de que esta vez más de uno y de una hará un esfuerzo para subirse a ella. Y será muy hermoso.

Aún así, se me ocurre una posibilidad (igual hay otras) de intentar no perder el contacto entre todos y todas y es una muy usada, y que por ejemplo Morigán y yo junto con los amigos de la universidad estamos llevando adelante y que con sus altibajos lleva funcionando creo que casi un par de años. Se trata de algo tan simple como crear lo que llaman una “lista de distribución”, es decir, mandarnos correos electrónicos que en el “Para” estemos todos los del blog. A veces se termina usando sólo para mandar powerpoints y chorradas de esas, pero en el grupo de amigos que estamos con Morigán, normalmente solemos contarnos cosas interesantes, y ha habido momentos realmente atractivos y creativos. Y ahí no hay patrón, cada uno es libre de decir lo que quiera. Así que si me decís que no os parece mal que desvele vuestros correos electrónicos en un “Para” con todos ellos (como informático que parece que soy, estos detalles no los olvido, jeje) pues iniciaré la rueda. Hala, manifestaros.

La roulote

30 de Noviembre, 2007

Recuerdo de cuando tenía 15 años que Morigán y los hermanos “Moletes” jugaban a aprenderse el mapa mundi de memoria. Y aunque no era el más indicado para juzgar sus conocimientos en aquel momento (la geografía mundial no era mi fuerte, ni tan siquiera la española que como sabe muy bien Morigán, me desbordaba; pienso que me habría ido mejor naciendo en Bilbao, allí los mapas mundi son más pequeños), creo que se sabían todos, absolutamente todos los detalles geográficos de nuestro mundo. Podían recitar sin vacilar todas las capitales con los estados a los que pertenecían, los nombres de las montañas con sus alturas, los lagos y sus dimensiones exactas… Ya no recuerdo si les envidiaba o les admiraba, pero sí me quedó de aquello que la tierra se me antojaba inconcebiblemente grande y, por tanto, imposible de llegar a conocerla con solo una de nuestras vidas.

Con el paso del tiempo, cuando me encontraba con Moletes pequeño y terminábamos hablando de viajes, de esos viajes que él nunca emprendía, siempre nombraba uno de sus sueños: ir a la Patagonia, visitar el Perito Moreno, llegar hasta Tierra de Fuego. Mientras el me hablaba emocionado, yo en silencio intentaba deducir en qué parte de Argentina estaría la Patagonia, y cómo debía ser ese famoso glaciar, y si en Tierra de Fuego habría muchos volcanes en permanente actividad… En el transcurso de los años, Moletes pequeño encontró un trabajo del que siempre dice que lo quiere dejar, se casó, tuvo un hijo, y se separó. Ha sido una vida intensa hasta ahora, pero todavía sigue soñando con comprar un billete de avión que le lleve a esas tierras fantásticas que tan bien conoce pero en las que nunca estuvo. Muchas veces me he preguntado por qué las personas demoramos a veces tanto cumplir nuestros sueños. Cuando la salud propia juega a nuestro favor, y la de los seres cercanos sigue el mismo camino, no le veo mucho sentido a reprimir nuestros sueños, sea viajar, cambiar de trabajo, cambiar de vida o lo que nos pida el alma.

LadyH me pedía alguna reflexión, algo que aportar de lo que he aprendido en este tiempo. Y lo más valioso ha sido lo que, sin proponerselo, me han aportado otros viajeros u otros que tras viajar echaron raíces en nuevas tierras lejanas a sus orígenes. Así, me acuerdo de Isvet e Iván que con su niño de 5 años reparten sus vidas entre tres países; o Ricardo, que encontró un nuevo hogar en San Luis dejando en el recuerdo a su entrañable Barcelona; o mi querido Flavio, que la misma semana que dejé Brasil él se fue hacia Italia a buscar fortuna dejando en la Bahía a su entrañable hijo; O Wander en la mítica Itaparica; O estos otros dos catalanes, cuyos nombres ahora tendría que mirar en la agenda, que dejaron todas sus comodidades y su estatus de bienestar del que gozaban, renunciaron a seguir teniendo asegurada una tranquila jubilación, y se lanzaron a pasear por donde les guian sus azarosos pasos. O Raider, el noruego que creó el sueño de la casa de la Rua do Bispo, olvidando la desarrollada Noruega; O David que sigue con su flamenca guitarra repartiendo alegría mientras sus alumnos de la universidad pueden seguir esperándole sentados; O Maite, o Guille, o Amankay, o Phil, o el Toro o Jonathan, o… tantos otros que ignorando el guión establecido se han lanzado a hacer lo que realmente deseaban. “Como si no fuera natural de la vida el poder hacer lo que uno siente desde el corazón” (palabras de una montañera que reposa en la falda del Aconcagua).

Me decíais alguno que los relatos os iban permitiendo soñar. Debo decir que vuestra cálida, entrañable y sobre todo inolvidable presencia me ha hecho soñar también cada día. En todos los lugares que visitaba, cada actividad que emprendía, me imaginaba compartiéndolo con alguno o varios vosotros, según las inquietudes y gustos de cada cual. Viajé solo sabiendo que es la mejor forma de no estar solo, pero no imaginé que iba a estar tan maravillosamente acompañado. Decir más palabras me llevaría a caer en la ñoñería y sensibelería, y yo soy un hombre, joder, y no debo permitirme esas debilidades, jajajaa…

Y sabéis, hace unos días que tengo un sueño. Imagino una roulote que inicia un viaje sin billete de vuelta. A ella la gente va subiendo y bajando según las estaciones por las que pasa, según el tiempo del que es capaz de disponer cada cual. Unos sólo podrán estar dos semanas, otros lo alargarán hasta un mes, algún venturoso funcionario tendrá hasta dos meses, y habrá quizá quien se quiera quedar más tiempo, a hacer de ella su nuevo hogar por un periodo indefinido…

Y no puedo evitar finalizar este viaje con la misma canción que me acompañó cuando lo empecé. Como todos los aquí lectores sois hábiles con la tecnología, no creo que os cueste encontrarla si os apetece escucharla. Lástima que aún no he aprendido a meter sonido en el blog. A ver si aprendo en este impás hasta el próximo viaje.

Mucho amor para todos y todas.


Soltar todo y largarse

(Silvio Rodríguez)

Soltar todo y largarse, qué maravilla,
atesorando sólo huesos nutrientes,
y lanzarse al camino pisando arcilla,
destino a las estrellas resplandecientes.

Pantalones raídos, zapatos viejos,
sombrero de ventisca, ojo de garra,
escudriñando enigmas en los espejos
y aprendiendo conciertos de las cigarras.

Con amores fugaces e inolvidables,
con parasiempres grávidos como espuma
y el acero afilado de los probables
colgado vigilante junto a la luna.

Soltar todo y largarse, qué fascinante,
volver al santo oficio de la veleta,
desnudando la vida como un bergante
y soñando que un día serás poeta.