La ruta de vuelta por el sur añadió otras 100 millas a las 1150 de la ida, en total 2000Km que hicimos de tirón, parando sólo a mear y a echar gasolina, es decir, 21 horas conduciendo sin descanso… igual nos podemos apuntar a la próxima prueba en Le Mans, je, je.

El norte nos había ofrecido carreteras de película, me refiero a esas películas en las que aparecen interminables y desoladas carreteras que parecen no llevar a ningún sitio… Siguiendo los consejos de Mathias, escogimos el sur para volver, con la ilusión transmitida por él de que la ruta iba a ser mucho más bonita que la de ida. A pesar de que suponía un apreciable incremento de la ruta, le dimos crédito.

Los primeros kilómetros prometían bastante con unos bonitos paisajes nevados, pero el talante de la carretera no difería mucho a lo vivido en la del norte. De hecho, en los primeros 800 Km apenas nos cruzamos con media docena de pueblos (por llamar de alguna manera a unos puñados de casas que estaban más o menos cerca unas de otras) y 2 ó 3 ciudades (es decir, innumerables comercios de todo tipo a ambos lados de la carretera), y tan solo encontramos dos gasolineras a mano (las cuales aprovechamos ante la apremiante necesidad; habría otras, supongo, pero vete a saber dónde). Pero aún así, lo que más nos sorprendía era el irte encontrado de tanto en tanto con alguna casita aislada en mitad de la nada. Véase en la foto la flecha roja que apunta al hogar que habían plantado allá a lo lejos, con un acceso indeterminado y con la desolación más absoluta como vecindario. Y situaciones como la de la imagen las fuimos encontrando de tanto en tanto durante los casi 1200 Km que separan Santa Fe de  San Antonio, es decir, casi todo New Mexico de norte a sur, y una buen cacho de Texas…

Estas visiones, junto con el lento discurrir de las horas al volante, le hacía perder crédito a Mathias irremediablemente, para también daban de sí para todo tipo de reflexiones. Por ej, intentábamos imaginarnos lo que habían sido aquellas épicas peregrinaciones de colonos hacia la tierra prometida en el lejano oeste. Al conducir por estos lugares, las palabras “épicas” y “lejano” cobran un sentido cargado de autenticidad. Aquellos familias ilusionadas con encontrar un hermoso lugar donde vivir, el osado padre, la devota esposa, los niños, el perro, y todas sus posesiones, subidos a una carreta que se iba a ir desvencijando inexorablemente día tras día y que emprendían un camino desconocido sin asfalto, sin señales indicativas, sin moteles de carretera, sin tiendas donde comprar agua o comida, y con la permanente amenaza de los cabreados indios… y claro, vas pensando todo esto mientras ajustas la temperatura del interior para estar agustito viendo la nieve a través de los cristales, sujetas el volante con una mano mientras con la otras vas echando unos tragos al green-tea “Arizona” y comiendo unos cacahuetes, va sonando un suave y relajante jazz en la radio por satélite, las piernas juguetean al ritmo de la música sin preocuparte del acelerador (el “cruise” es todo un invento), y… entonces te preguntas en silencio qué diablos es eso de ser un aprendiz de viajero… Aquellos intrépidos seres sí que eran auténticos viajeros, locos que estaban dispuestos a enfrentarse a todo lo que les deparara el incierto camino con tal de perseguir su ilusión de una nueva vida. Acojonante.
Quizá alguna de esas casas que íbamos encontrado aisladas “in the middle of nowhere” pertenecían a alguno de aquellos colonos que se terminaron agotando y sin ánimo para seguir plantaron la tienda allí donde se encontraban, y las sucesivas generaciones han permanecido allí aislados ajenos a lo que sucede en el mundo… Porque esa es otra, ¿quién son todos esos seres que viven desperdigados por estos lugares? ¿Dónde van a comprar? ¿Dónde están las escuelas, los bares, incluso las iglesias? ¿Con quién se relacionan? Estoy convencido de que las tribus perdidas en remotas islas de la Polinesia están más investigadas y se tienen más datos sobre ellos, que sobre los habitantes de estas tierras… ¿Hay algún sociólogo y/o antropólogo por ahí interesado en realizar una inusual e interesantísima tesis? Si necesita ayudante, me apunto.

Al acercarnos a San Antonio, el paisaje empezó a cambiar ligeramente, y aparecieron algunas lomas incluso con algo de verde que nos fueron acompañando durante algunos kilómetros. Fue agradable para nuestros agotados ojillos. Y Mathias recuperó algo del crédito perdido, jaja… Luego llegó la noche y nos quedamos sin saber cómo era el resto del paisaje hasta NOLA, esa parte quedaba pendiente para una próxima ocasión, quizá en abril, quién sabe. También quedó pendiente la visita a las cuevas de Carlsbad, altamente recomendadas por Mathias y que probablemente le hubieran hecho subir muchos enteros como programador de rutas, pero lamentablemente no teníamos tiempo, había que entregar el coche de alquiler a la hora, si no nos quedábamos sin seguro y eso no parecía sensato. En cualquier caso, elegir la ruta sur ha sido un acierto, para así podernos llevar una idea más real de lo que supone atravesar Texas y New Mexico. Todo una experiencia por las sensaciones experimentadas. Muy recomendable. Aunque mejor con más tiempo, para poder ir parando en alguno de esos aislados lugares donde probablemente pocos turistas habrán parado. Queda pendiente.

Pero el titular de esta entrada es “New Mexico”, así que creo que ya toca contar algo al respecto. Ya veo que esta entrada no va a ser de las cortas…

Venir a este estado, y más concretamente a Santa Fe, tenía el objetivo (aparte de hacer algo de turismo) de conocer a Jane. Con ella he sido desde enero lo que en inglés llaman “pen-friend”, creo.  Es decir, que nos hemos estado escribiendo correos electrónicos gracias a Mónica, maravilloso ser al que tuve la fortuna de conocer en la época dorada de La Laboral allá por el siglo pasado, y que debido a que ella había estado 3 años en Santa Fe como profesora de español (estas cosas del Ministerio de Educación a las que a mí no me dejan apuntarme por estúpidos asuntos burocráticos), me pasó el correo de Jane por si en mi paseo por estas tierras me quería acercar por allí.

A la hora de elegir destino para el paseo norteamericano Santa Fe se convirtió en una opción interesante, pero a raíz de lo que me contaba Jane y las bonitas y blancas fotos que me enviaba mostrando el intenso frío que allí sufren (normal, la ciudad está a 2000 m.) y dado que las ofertas musicales no eran muy grandes, pues opté por NOLA, con la intención de hacer una visita a Santa Fe. Esta es la explicación de los hechos. En cuanto a Jane, ya desde el primer momento con los correos se mostró como una persona amable, simpática, cercana y encantadora. Todo lo cual, una vez conocida en persona, se ha visto no solo confirmado sino aumentado con otro puñado de agradables calificativos. Cuando supo que íbamos para allá, nos preparó una magnífica agenda para que pudiéramos conocer no solo la ciudad y alrededores, si no también a sus amigos que a la postre eran también amigos de Mónica. Pero no solo eso, también mostró su tremendo interés y generosidad y se desvivió por ayudarnos cuando se enteró de que Inma tenía un terrible dolor de muelas y las pastillas no estaban haciendo el efecto deseado. Llamó a todos sus amigos y conocidos para intentar buscar algún tipo de ayuda para Inma, para que alguien pudiera hacer algo con la maldita muela. Finalmente terminamos en un dentista que sirvió para diagnosticar con más precisión el problema y tener claro cómo tratar el asunto. De este asunto hablaré en la siguiente entrada.
Pues eso, que conocer a Jane en persona ha sido un placer enorme. Y no sólo a Jane, sino a todas las personas que ella nos permitió conocer, y que ahora van a aparecer aquí, cómo no.

Pero antes de entrar con la gente de Santa Fe, tengo que hablar de otros seres que también nos encontramos aquí: ¡¡¡Los tunos!!! Cuando marcharon de NOLA ya nos dijeron que su ruta pasaba por Santa Fe y vimos que había alguna posibilidad de encontrarnos allí, y sí, una noche pudimos coincidir y pasamos de nuevo una agradable velada además de compartir el “hostel”. Fuimos a su encuentro en “El Mesón”, otro de esos restaurantes españoles que los tunos saben rastrear con sagacidad, y allí nos estuvieron contando sus últimas aventuras, en este caso desventuras con su carro, que había cascado el embrague y la bromita les había supuesto $1000… Suerte que la sesión de El Mesón les reportó pingües beneficios, y estaban contentísimos. Ahí les tenemos en la foto con los músicos que esa noche tocaban en el restaurante. Hacían jazz, y eran buenos, pero los triunfadores de la noche fueron Alex y Rafa, sin duda.

De Santa Fe seguían su camino hacia el cañón del Colorado, y luego ya irían bajando de nuevo para acercarse hacia Méjico. Como muy tarde el 16 de abril tienen que pasar la frontera, ya que a Rafa se le acaba el visado, y es mejor no buscarse problemas con los de “la migra”… Así que les deseamos un maravilloso viaje cargado de magníficas aventuras, y nos despedimos hasta ojalá una próxima vez. ¡Esta gente de la Corona de Aragón son más majos…!

Y ahora los de Santa Fe. El miércoles por la noche tocaba cena en casa de Jane. Bueno, lo de por la noche es un decir, en esta ciudad el tema de los horarios no se parece mucho a los de NOLA, ni tampoco a lo de España, desde luego. A las 10 ya estaba todo finiquitado y los múltiples invitados ya habían desfilado hacia sus hogares. A nosotros no nos hubiera importado quedarnos tomando unos tragos hasta las tantas, pero… no parece que esta sea la costumbre por aquí, jaja. Jane preparó una cena espectacular. Como habían estado ella y su marido Sandy en Marruecos hacía poco, aplicaron sus recién aprendidas recetas y fuimos sus conejillos de indias para probar sus platos. Muy bueno todo, magnífico. Y en el centro de la mesa las banderas de España y Marruecos, junto con una puesta en escena exquisita. Aprovechó para invitar a varios de sus amigos, la mayoría amantes de nuestro idioma, y así aparcamos el inglés y practicamos español con todos los presentes. (Recuerdo que se puede pinchar en las fotos, ¿eh?)

Entre los invitados, gente tan peculiar como Dee (de espaldas en la esquina de la foto) y Andy (al lado de Inma). Son artistas. El igual se atreve con la carpintería como con unas hojas en blanco para llenarlas de versos, y ella hace esculturas con fibra de vidrio. Tienen una casa en Llanes donde pasan mucho tiempo, de hecho tienen el corazón un poco dividido.  Pero no menos peculiar es la madre de Dee (a mi derecha), una encantadora señora de 84 años que no quiere renunciar a su vida independiente. De hecho vino con su coche solita, y tan pincha. Pero si hablamos de gente mayor que no se resigna a apalancarse en una mecedora, al fondo al lado de la madre de Dee está Sandy, el marido de Jane. Sandy es una persona adorable, su afable rostro es una mezcla de sosiego, calma, alegría, y a la vez está lleno de vitalidad y energía. A sus 78 años sigue esquiando toda la temporada, pero no en plan dominguero, no, es que la criatura es monitor de esquí y sigue trabajando en ello… Impresionante. Un gran tipo.
A mi izquierda se encuentra Fanny, chilena que lleva aquí ya largo tiempo, y que fue una de las que intentaron ayudar con lo de la muela. Muy maja. Los otros dos invitados eran compañeros de aventuras montañeras con Sandy, también practicantes de español, y simpaticotes ellos. La que falta en la foto es precisamente Jane, que es la que la hacía, claro. Pero bueno, en las siguientes la podemos ver.

El jueves por la tarde Jane nos presentó a María Elena (no tengo foto, lástima), una colombiana absolutamente incontrolable, un terremoto. Su propio hijo le llama cariñosamente “la loca”. En las dos horas que estuvimos charrando (bueno, que estuvo charrando) nos pareció estar viviendo una telenovela de estas sudamericanas… Divertidísima la mujer.

El viernes la cena fue en casa de Sonia. Ella, en el centro de la foto, es de Alicante y es profesora de español aquí. Se encargó de hacer una paella que desde luego estaba buenísima, como no podía ser de otra manera viniendo de una levantina. Vino hace 8 años a dar clase, al poco conoció a Russell y se casaron. Dos niños y otros dos que tiene él parece que la van a tener alejada de la tierra de las paellas por un largo tiempo. Sonia mantiene una dura competición paellera con Marisa, a su derecha en la foto. Pero según los que han podido probar ambas, Marisa tiene una ligera desventaja, normal porque su condición de Sevillana le hace estar en peor posición que una alicantina, pero bueno, me quedé con las ganas de comparar. A Marisa junto con Mathias (a su derecha, nuestro querido proveedor de rutas alternativas) los conocimos en New Orleans. Jane (esta vez si que aparece en la foto) les dio nuestros datos porque se iban a hacer turismo una semanita por Louisiana y nos vimos en NOLA una noche. Nos invitaron al Mulate’s, un famoso restaurante de comida Cajun al que probablemente no habríamos ido de no ser por ellos, y luego nos fuimos a ver una actuación de jazz del tradicional. Una agradable noche, tras la que nos citamos para vernos en Santa Fe, como así ha sido. Marisa y Mathias se casaron el año pasado, ambos llevan unas vidas paralelas de “ex” e hijos (ambos con su parejita) y ahora están todavía flotando en esa nube de los comienzos de una relación, en la que la adolescencia vuelve a impregnar tu cuerpo y tus manos no saben estar quietas ni un momento, jaja… Sencillamente encantadores.

Y el sábado por la mañana tocaba desayuno americano en casa de Dee y Andy, nada que ver con lo sufrido la primera mañana en New Orleans en “Betsy’s Pancake House”. Allí estaba, además de Jane, Teresa, una de las hijas de los dos. Teresa ha pasado bastantes años en Llanes, así que además de ser bilingüe, también tiene su corazón repartido. Ahora estaban de celebración en su casa (Dee no podía ocultar su tremenda emoción) porque le habían dado a Teresa una beca en Princeton para los próximos 5 años, para hacer un doctorado. Teresa estaba más serena que su madre, la verdad, y en lo que estaba pensando era en si podría irse a España ahora unos meses antes de tener que ir a Princeton. Ojalá pueda ir y nos podamos ver allí.
La casa de Dee y Andy era de esas que a mi me hacen ponerme nervioso… por no tener algo así, jaja. Está en mitad del campo (Julia -pronunciese “yulia”-, mi GPS, se vio incapaz de llevarnos hasta la casa) con un montón de terreno con innumerables pinos, y tienen además otras casas donde están los talleres para desarrollar sus trabajos artísticos. Envidiable. Un placer estar allí. Y más en su compañía, claro.

El sábado por la noche pudimos comprobar que sí que hay vida más allá de las 10pm en Santa Fe. No debe ser lo normal, pero si quieres salir de noche, puedes. En un hotel había fiesta con una orquesta latina, y había un montón de gente bailando salsa y otros bailes latinos con bastante destreza muchos de ellos. Dada mi torpeza para estos menesteres, decidí guardar reposo, observar y tomar notas de los pasos. Algún día aprenderé a bailar, lo prometo.
Allí conocimos a Alberto, que está a mi derecha junto con Jacqueline, su compañera, y agarrando a Marisa está Juan, que son muy buenos amigos. Este conquistador latino, madrileño para más señas, se gana la vida como cantante. El solito con su guitarra ha conseguido abrirse camino en esta ciudad, y tiene el suficiente éxito como para poder vivir de la música. Y además ha grabado un disco con temas propios. Si no fuera porque las cosas no le han ido muy bien últimamente en el asunto sentimental, el mozo estaba viviendo una época dorada de verdad. Pero bueno, se le veía animado y con ganas de salir adelante. De hecho pudimos presenciar algunos escarceos ante las presas que se cimbreaban sugerentes por la pista de baile. Y yo tomando notas, claro…

Y en fin, aquí voy a dejar esta entrada. Iba a meter una galería de fotos de Santa Fe y New Mexico, pero lo dejo para otro rato. Quiero despedir la entrada agradeciendo a toda la gente que nos encontramos estos días todo el calor y cariño que nos han transmitido. Ha sido inolvidable. Y también agradecer a Mónica que ha sido la llave que ha abierto esta puerta para conocer a toda esta gente maravillosa.