Los autobuses de Zaragoza son rojos

Cuando llegué el domingo a Zaragoza desde Madrid y salí de la estación de autobuses a la calle, lo primero que vi fue un autobús urbano. Lo miré sorprendido, extrañado. Era rojo. Inma estaba a mi lado, me había venido a buscar, y le dije, “¿han cambiado los autobuses, los han pintado de rojo ahora?”. Ella me miró aún con más extrañeza de la que yo mantenía mientras observaba alejarse al bus. “¿Pero qué dices?, ¡si siempre han sido rojos!”. A lo que yo insistí, “¿Rojos?, yo no los recuerdo rojos… no sé cómo eran antes, pero así no los recuerdo”. Todavía al día siguiente seguí mirando los autobuses con cierto recelo, como si hubiera habido una confabulación para sacarme de mis casillas.

Resulta sorprendente como sólo en 3 meses uno se puede acostumbrar tanto a una nueva realidad, y algo que has estado viviendo durante años puede desvanecerse de la mente, así sin más. Para mí los autobuses ahora eran verde pistacho, eran mi forma de llegar cada día a ese bar, a esa actuación, a ese concierto… era mi forma de llegar a esos lugares donde destilaban esa felicidad que bebía a grandes sorbos. Verde pistacho, no rojo.

Pues aquí me despido, con esta imagen que es el logo del Jazz Fest, recuerdo del aire festivo y desenfadado que caracteriza a esta ya inolvidable ciudad.

Pendiente queda una entrada, que supongo que emprenderé un rato de estos, con  ese glosario que anunciaba en la anterior entrada.  Un rato de estos que me entre la nostalgia y me apetezca revolver en los recuerdos.

Gumbo

El Gumbo es una especie de sopa típica de por aquí y del sur en general, de incierto sabor ya que es una mezcla de variados ingredientes que dependen del albedrío del cocinero, pero poco más o menos, de todo lo que pillan a mano en la cocina… Así que como despedida del lugar, iba a cocinar mi particular Gumbo con todas las anécdotas, impresiones y reflexiones que se han quedado en el tintero. Pero se ha producido cierta circunstancia que me ha hecho cambiar de opinión. Lo que se ve en la foto es la pantalla de mi querido ordenador. En una simple apertura de la pantalla, hizo “clic” y ahí terminó todo. Bueno, ha quedado la esquina izquierda sana, en la que aún puedo ver, haciendo virguerías con el ratón y las ventanas, lo que estoy escribiendo. Pero se me han quitado las ganas de cocinar. Además siempre se corre el riesgo de que aunque los ingredientes sean buenos, igual no es buena idea mezclarlos. Es como cuando coges una magnífica botella de tinto reserva del 2002 y la mezclas con una refrescante botella de gaseosa… Queda la metáfora, tantas veces repetida pero no por ello menos cierta, de lo efímera que es la vida. En un solo segundo, un error, un fallo, un despiste, y todo se acaba. Así que hay que recurrir una vez más al manido tópico, pero no por ello menos necesario, de que tenemos que aprovechar cada segundo del que disponemos.

Bueno, pues me guardo las cosas que me quedan por contar para compartirlas a la vuelta con vosotros saboreando una buena cena mientras apuramos unas cuantas botellas de vino.

Si que me gustaría, ya a la vuelta y delante de una pantalla de dimensiones normales, hacer una especie de glosario de este interesante lugar por el que he paseado tan agradablemente durante este breve pero intenso tiempo. El título del blog no refleja para nada lo que ha sido el viaje, desde luego. Sin olvidarme del agradable pero fugaz paseo por New México, una ciudad no representa a un país, y menos una de Norteamérica donde fuman dentro de los bares, beben fuera de ellos y pueden pasear por la calle con la cantidad de ropa que les parezca oportuno, todo ello sin que la policía salte sobre ti. No es que me guste la idea de que se fume en un bar, todo lo contrario (aunque apenas fuman, ni te enteras), se trata de ese ambiente relajado, alegre, feliz, sin crispación…

Now I’m gonna know what it means to miss New Orleans…

Jazz Fest

Primer día de Jazz Fest, es decir, el Festival de Jazz de New Orleans. Ah, ¿que no había habido suficiente música hasta ahora? No, parece que no, en esta ciudad siempre hay espacio para un nuevo concierto, una nueva fiesta o un nuevo festival.  7 días de festival (repartidos entre 2 fines de semana, 3+4, me perderé 2 días), 11 escenarios con permanentes actuaciones, otro escenario con entrevistas a los músicos todo el día, infinidad de puestos de comida, bebida, artesanía, objetos de regalo y todo lo necesario para estar 8 horas ahí metido sin necesidad de salir (y es que si sales ya no te dejan entrar). El recinto (es un hipódromo) tiene alrededor de 1 km de largo por unos 400 m.  de ancho.  Las carpas cerradas prefabricadas son enooormes y el despliegue humano para controlarlo todo todo todo es impresionante.  Este tipo de cosas, esta gente lo saben hacer a lo grande. Todo esto me recuerda un comentario de Inma acerca de una cita que le había leído a Jose Luis Sampedro. Decía mi tocayo, que cuando los norteamericanos se proponen hacer algo, se lo plantean de una manera práctica, analizan si técnicamente es posible hacerlo, y si ven que se puede, entonces son capaces de llevarlo a cabo sin ningún problema. Recuerdo en las imágenes que se vieron en la tele cuando los Saints ganaron la Superbowl, que durante el descanso del partido montaron en mitad del campo un escenario brutal, propio de un concierto de los Rolling, para que The Who tocaran 3 canciones. Cómo lo montaron y desmontaron en los escasos 20 minutos que tuvieron durante el descanso, lo ignoro, durante ese rato había anuncios en la tele, claro. Pero lo hicieron, vaya que si lo hicieron.
Con el festival es lo mismo, no hay límites. El problema es lo que decía Sampedro, y es que se limitan a llevar a cabo el reto técnico, pero el coste de llevarlo a cabo, no les preocupa. Y no hablaba de coste económico (eso ya lo pagará la publicidad) sino de los otros costes colaterales. Por ejemplo, en este festival los cientos de toneladas de basura plástica (recipientes no biodegradables, “of course”) que se van a generar y a arrojar a la basura común, sin reciclar, deberían hacer meter la cabeza dentro del barro a todos los viejos hippies que mañana acudirán a ver a Simon & Garfunkel. Pero eso no ocurrirá, la ecología no importa mucho en este país (al menos en este Estado, perdón).

Lo que no ha resultado nada agradable ha sido lo del tiempo. Curiosamente en las entradas pone “rain or shine”, y ha sido cierto, los 50 litros por metro cuadrado que han caído no han impedido que la fiesta se celebrase. Los más conservadores nos refugiábamos en alguno de los 6 espacios cubiertos, pero había otros muchos miles que estaban a pie de escenario viendo a sus grupos favoritos en los conciertos a cielo abierto. La explanada del concierto de Lionel Richie, por ej, más bien parecía un escenario de esos para peleas con barro… ahí he puesto una foto de cuando ya se podía transitar. Pero no había que preocuparse, la venta de impermeables estaba absolutamente prevista.

Lo que tampoco ha sido para aplaudir es el asunto de los decibelios. Aunque esto es un mal generalizado, pasa aquí, pasa en España, pasa en Brasil (algún lector de este blog se acordará de lo que contaba en mi blog de Brasil y Argentina)… Está claro que hay un elevado número de técnicos de sonido que sabrán mucho de poner cablecicos y regular controles, pero que no sé en qué lugar del cuerpo tienen los orificios auditivos… Deben creer que si no exprimen a tope todos los watios de los que disponen, no han hecho bien su trabajo. Y lo que podría ser el disfrute de un agradable concierto se convierte en una dolorosa experiencia para los oídos. Quizá sea que esos tipos, tras tantos conciertos a volumen brutal, ya han perdido casi por completo los suyos, y tienen que poner el volumen a tope para poder oír algo… El problema es que están machacando irremediablemente los oídos de miles de indefensas personas. ¿No existe una “policía auditiva”? Habría que crearla.  Qué terrible paradoja que la gente que ama la música puede dejar de escucharla precisamente debido a la música… Yo, que ya tengo mis oídos bastante perjudicados, voy siempre encima con los tapones, y mira, me los pongo cuando aprecio que se les ha ido la cabeza con el volumen, y así puedo aguantar. Las putada es que en uno de los conciertos al aire libre al principio de mes, me pillaron desprevenido sin tapones y ahora llevo instalado un permanente acúfeno (un pitido de fondo), que confío que desaparecerá un día de estos. Confío. Pero nunca se sabe, cuando el daño es irreparable, en el oído, es para siempre. Es como si pierdes una mano, la pierdes para siempre, y con el oído pasa lo mismo. Alguien debería explicárselo a los que manejan esos equipos destroza-oídos.

Pero dejando estos asuntos a un lado, la sensación que me ha quedado tras el primer día de este festival de “jazz”, es que a la mayoría de los que vienen, el jazz se la trae al pairo.  Por ej, a la misma hora que Lionel Richie actuaba Joe Lovano, y ahí estábamos cuatro gatos. De hecho me he sentado en primera fila, con la circunstancia de que a mi lado se ha sentado un tipo de esos de 200Kg (no estoy exagerando un ápice, pasaba de los 200 seguro). Pero no era mi intención abandonar la primera fila y tampoco me quería perder la experiencia de estar al lado de una persona así, bueno más que al lado, prácticamente debajo de sus carnes. Por suerte, pronto se ha dado cuenta de que el jazz no le molaba mucho y tras apretarse un tremendo plato de comida típica de la tierra, se ha quitado de encima de mi… Sí, la mayoría de la gente viene al festival a pasar un día de campo, comer como si fueran las noches del Ramadán, e ir de aquí para allá viendo el ambientillo. Bueno, está bien, es una forma de pasar el día. Las entradas no son baratas, pero los que se veían por ahí pululando no tenían cara de pasar mucha necesidad.

Y por lo que se refiere a la música, jazz, lo que se dice jazz (me vale tanto que sea del contemporáneo como del tradicional), había en 3 escenarios escasamente, pero bueno, no voy a quejarme por ello. El festival es impresionante, y punto.

Así que para mañana y el resto de días, lo tengo claro. Me apalancaré a primera hora en la carpa del Jazz, primera fila, y de ahí no me mueve ni toda la familia del colega de los 200Kg. Más aún sabiendo que los 50 litros de lluvia de hoy dicen que han sido sólo un anticipo de lo que caerá mañana…

Nostalgia

Volvía a casa antes con el tranvía de Canal Street y una pareja de turistas norteamericanos le han preguntado a otro pasajero por la calle Carrolton. Les ha dicho que estaba más adelante, que se lo tomaran con calma. La pareja seguía mirando nerviosa por la ventanilla todos los carteles de las calles, a ver cuándo aparecía el de la calle Carrolton. Qué curioso, aquella primera mañana en New Orleans hace ya dos meses y medio, Inma y yo cogíamos por primera vez el tranvía y preguntamos a un pasajero por la calle Carrolton, y nos dijo que estaba más adelante, que nos lo tomáramos con calma. Mientras, mirábamos nerviosos por las ventanillas a ver cuándo veíamos el cartel… Al poco rato les he dicho, “tranquilos, voy a la calle Carrolton, ya os avisaré cuando vayamos a llegar”. A pesar de todo, él seguía mirando por la ventanilla; quizá no se fiaba de que un tipo con semejante acento pudiera saber dónde estaba la calle Carrolton. Tampoco me fié yo aquella vez, lo recuerdo.

Hace unos meses Nueva Orleans era para mí una ciudad mítica por todo lo que siempre se escucha sobre ella, pero realmente era un lugar absolutamente desconocido, porque no había querido mirarme con antelación el vídeo de “españoles por el mundo en Nueva Orleans”, o el reportaje de la Lonely Planet, ni tan siquiera hojear u ojear una guía de viaje. Quería descubrirla de primera mano, como cuando conoces a una nueva persona y cada día vas aprendiendo algo nuevo de ella. Y ahora, casi tres meses después, ya me está empezando a resultar tan familiar… El bus 91 que a veces se adelanta y no puedes despistarte, el horario del tranvía a ver cuál es el que gira por Carrolton en lugar de subir a cementerios, la lavandería del barrio que te deja la ropa igual que la habías llevado pero con olor a suavizante, el supermercado grande Rouses y el más familiar que está un poco más lejos y que encima es más caro, el minúsculo mercadillo “Farmers Market” de los jueves que hasta en Castel de Cabra resultaría pequeño, los nombres de sus calles famosas que además los reconoces en muchos de los títulos de las canciones o en sus letras, los barrios a los que es mejor no entrar ni aún en coche, los bares míticos y los que pretenden serlo, los músicos que van tocando con distintas bandas y que al principio nos despistaban “¿pero ese del trombón no es el que tocaba el otro día con los Jumbo Shrimp…?”, los otros músicos callejeros que aparecen en cualquier esquina, las escaleretas de la Jackson Square repletas de turistas viendo a los buscavidas de turno,  los colegas del Jazz National Park con los conciertos con los niños los sábados por la mañana en los que soy un niño más, las charradas en el puestecillo de Antonia y Juan en el French Market, las ardillas correteando mientras doy vueltas corriendo al inmenso City Park… en fin, y tantos otros lugares y situaciones que se han convertido en cotidianos. Bueno, en el fondo nada especial, es lo que nos pasa a todos en cualquier lugar en el que vivimos y en el que sentimos que nos encontramos a gusto. Pero si se está muy muy a gusto, como me sucede aquí, y se acerca la hora de la partida, entonces aparece la nostalgia. ¡Ay!

Pero mientras el inexorable paso del tiempo va tendiendo más la mano al 1 de mayo, la vida la sigue por aquí, y se trata de disfrutarla, ¿no? Este fin de semana pensaba que sería de descanso entre el festival del French Quarter del pasado fin de semana, y el tremendo (dicen) Jazz Fest que comienza el próximo fin de semana. Pero no, mira que llevo tiempo aquí y no aprendo: esta gente no descansa nunca. Este fin de semana ha sido el “River Fest” de Algiers, que es el barrio que está al otro lado del río. Del Mississippi, claro. Es que hay que escribirlo con todas sus letras, que no es cualquier río.
Ha sido un festival coqueto, recogidico, familiar. Sólo han tocado 12 grupos, todos locales, pero la mayoría de calidad, algunos de ellos tocarán en el festival de la semana que viene. Y este festival ha servido para demostrar de forma fehaciente cómo la música se vive en este lugar de una manera fuera de lo común. En las fotos vemos por un lado a las generaciones que están recién comenzando, apenas jugando, pero que seguro que pronto serán figuras conocidas en la ciudad y con suerte, fuera de ella. Esos nenes son los hijos de Irvin Mayfield, el menos negro con la trompeta, uno de los nombres que se escuchan mucho por aquí. El tipo tiene su propio garito, bastante majo, para poder tocar todos los miércoles con su banda; el resto de la semana tocan otros grupos.
Por otro lado, en la foto en la que sale el señor mayor, se trata de un señor muy mayor, realmente muy mayor, Lionel Ferbos: 98 años. Sus padres no le dejaban tocar de pequeño porque tenía asma, pero el se empeñó, y se empeñó, y ya está, a ver quién le dice que no puede tocar la trompeta… Y no solo ha tocado hoy, si no que toca con su banda todos los sábados por la noche en el Palm Court Jazz Cafe. Sé que hay más de un trompeta que lee de vez en cuando este blog, y dada la dificultad que entraña tocar este chisme, la pregunta obvia sería ¿qué opináis de que un tipo siga tocando la trompeta con 98 años?

Creo que estas simples imágenes dan una idea de lo que la música significa para New Orleans, y de lo que New Orleans significa para la música. Yo apenas llevo aquí lo justo para empezar a saborear un poco todo esto, y ya estoy enganchado. Así que los que llevan aquí toda su vida, y encima tuvieron que vivir la tormenta, como la llaman ellos… Por suerte, muchos de los que se fueron han podido volver, y la ciudad, dicen, está volviendo poco a poco a ser lo que era.

Hay una canción de esas que he podido escuchar aquí en infinidad de ocasiones, que ya empiezo a comprender lo que debe significar para los que tuvieron que marcharse en el 2005: “Do you know what it means to miss New Orleans?”. Para los que lleven el inglés aún peor que yo: “¿Sabes lo que significa echar de menos New Orleans?”.
Pongo este vídeo con Billy Holyday junto con el máximo símbolo musical de la ciudad, y de alguna manera del mundo del jazz, Louis Armstrong.

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French Quarter Festival

El French Quarter Festival, o lo que es lo mismo, más de 200 bandas de todo tipo de música en 3 días, ha terminado. ¿Qué se puede decir ante tal desparrame de música en 18 escenarios distintos, y las decenas de miles de personas yendo de un lado para otro? Cuando todavía quedaba una hora de festival y algún grupo por actuar en algún escenario, ya no podía más y me he ido a casa a desconectar.

Definitivamente, esta ciudad desconcierta bastante, te transmite permanentemente la idea de que la vida es agradable y divertida. Desde que pisamos por primera vez sus calles aquel 1 de febrero, la ciudad no ha dado tregua, si quieres alejarte de la fiesta, debes encerrarte en casa. Digamos que hay un nivel mínimo permanente de fiesta, con la calle Bourbon que nunca duerme, y con los bares de música en vivo los 7 días de la semana, los 365 días del año. Y de tanto en tanto se solapan a esta actividad cotidiana acontecimientos diversos como el Mardi Grass, el fin de semana dedicado a Italia, el St. Patricks day (que dura 10 días), el festival que acabamos de vivir, el JazzFest que empieza en 2 semanas… y aparte de todo esto, innumerables acontecimientos tanto los fines de semana como entre semana que se suceden por variados lugares de la ciudad. Y para colmo, este año también hemos contado con las celebraciones de la Superbowl (aún les dura la emoción del triunfo). Cuando además estás viviendo unas largas vacaciones como yo, la sensación de vivir en un mundo irreal se apodera de uno.

Pero, ¿qué es lo real? ¿Lo que estoy viviendo aquí estos meses es algo real que puede durar indefinidamente o lo real es lo que me tocará vivir de aquí a poco? ¿O ambos escenarios son reales?

La distancia de una situación cotidiana te da una perspectiva nueva para valorarla. Obviamente, necesitaré la distancia de lo que estoy viviendo ahora para hacer una valoración más ajustada. Pero desde donde estoy ahora, lo que puedo valorar es lo que se quedó allí, lo que me espera pronto. Y hay una palabra que creo que puede resumir mi sentimiento: Crispación. Siento que estamos viviendo en permanente estado de crispación. En el trabajo (el que tiene la suerte de tenerlo) la crispación surge en infinidad de ocasiones por innumerables motivos. En las relaciones personales, sobre todo en las más íntimas, se puede pasar de vivir un dulce cuento de hadas a la crispación más absoluta con tan solo una palabra o una mirada. En las relaciones sociales en general, tienes que hacer malabarismos para alejarte de todo aquel que hace germinar a su alrededor la crispación con una facilidad inusitada. En el día a día del país que nos transmiten los medios, con la política (si se le puede seguir llamando así) como cortina de humo que lo impregna todo, la crispación más catastrofista es lo único que mamamos cada día desde hace incontables años (las hemerotecas están ahí). Crispación. De aquí a tres semanas abandonaré esta burbuja paradisíaca que me he creado, para volver al infierno de la crispación. Y además de la calidez del hogar, no me quedará más remedio que volver a refugiarme en lugares donde la crispación tiene vetada su entrada, como La Campana (una cueva, curiosamente), mi local de ensayo con mis queridos compañeros y amigos músicos, los encuentros con amigos para charlar, cenar, tomar una cerveza, ver una peli o lo que sea, y… algunas que otras pequeñas islas con las que sé que puedo contar; y ya.

Lo que también me preocupa es lo fácilmente que te puedes dejar arrastrar hacia ese fango de la crispación, que me puedo dejar arrastrar, en este caso. Hace unos días uno de vosotros me mandó un enlace a un artículo de A. Perez Reverte. Y claro, lo lees y se te calienta la sangre, porque aunque estés de acuerdo o no con todo lo que dice, te hace partícipe de su permanente crispación. Y hoy mismo, otro de vosotros me ha enviado un Power Point en un reenvío de esos masivos, en el que un tipo hace una comparación entre la vida en USA y en España, curiosamente. Y cuando ves que la mayoría de lo que dice es una sarta de mentiras y sobre todo de manipulaciones, encaminadas a seguir alimentando ese odio feroz que la derecha destila en nuestro país, pues consigue que te crispes y sólo me entraban ganas de contestarle. Y sin alejarme de donde estoy, no puedo olvidar la facilidad con la que me crispé cuando toda esa pandilla de evangelizadores  aterrizó en Bourbon St. intentando reventar la fiesta durante el Mardi Gras, y no se me ocurrió otra cosa que hacer un cartel para darles por el culo a ellos… crispación de 98 octanos circulando por mis venas. No, no me gusta que sea tan sencillo dejarse arrastrar.

No voy a poner fotos de las actuaciones de este fin de semana, es tontería, tengo cientos de ellas de las actuaciones, pero no voy a ponerme ahora a seleccionarlas, ya os podéis imaginar cómo es eso. Pero si que quiero poner un vídeo, uno con gente (la mayoría de la ciudad) bailando durante una actuación. No tiene nada de especial, simplemente es gente bailando al estilo Lindy Hop (un derivado del Charleston), y sus variantes. Pero lo que me gusta de estas imágenes que he podido disfrutar en vivo es que me hacían sentir que estoy en un lugar especial, que en esta ciudad (y no estoy hablando de los EEUU) viven la vida de una manera distinta a como estamos acostumbrados. Digamos que en el caso de que la haya, no percibes la crispación en estos seres.

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El regreso de Inma y los servicios sociales.

Inma ha vuelto a España. Entraba dentro de lo previsto, dependía de su trabajo, de si le salía un curro interesante que le compensara volver. Lo que se ha salido de los planes es que tuviera que regresar por culpa de una muela. Ya le atacó duramente el dolor al poco de llegar aquí en febrero, y eso nos llevó a conocer un poco el sistema sanitario estadounidense desde dentro. Durante la semana en Santa Fe la muela volvió a la carga esta vez con tan mala saña que destrozó el ánimo de Inma de seguir por más tiempo en este país. Ni siquiera la “milagrosa” arena del santuario de Chimayó que Inma se pasó por la mejilla, le ofreció alivio alguno. Quizá es demasiado pecadora como para que esos gestos puedan tener efecto…

El caso es que me he quedado solo. Solo y triste. Mira que a mí me encanta la soledad en los viajes, esa llave que te abra tantas puertas para conocer a otras personas. Pero me hacía mucha ilusión disfrutar de lo que queda, un mes lleno de interesantísimas ofertas, con este maravilloso ser. No ha podido ser. Bueno, como despedida, al menos pudimos ver juntos nuestro primer partido de la NBA, en el que el amigo Gasol y sus compañeros de los Lakers eran vapuleados por los Hornets, para delirio del público y silenciosa tristeza nuestra.

Y voy a aprovechar esta entrada para tratar uno de los temas que estaban por ahí colgando: los servicios sociales. Voy contar lo que hemos aprendido durante este breve tiempo acerca de dos servicios a la población, la sanidad y la educación. Con seguridad va a ser una visión sesgada, con sus muchas matizaciones por parte de un local, pero como primera impresión, creo que servirá.

En lo que se refiere a la sanidad, todos hemos oído hablar de los problemas de este país con este asunto, y cómo Obama quería sacar adelante una ley que intentara paliar esto un poco (y de momento el otro día ya dio un paso importante). La muela de Inma nos permitió tener una experiencia directa con el hospital Touro, lo cual, dado que no era algo grave, resultó  ser una “visita turística” interesante. Fue el seguro el que lo tramitó, no tuvimos que preocuparnos en buscar nada. Íbamos tranquilos, enviados por el seguro que nos había dicho que ya nos esperaban allí, pero al llegar a la ventanilla no acabó de quedar claro eso de que “nos esperaban”. No sabían nada de nosotros y empezaron a evidenciar su preocupación por cómo íbamos a pagar la factura. Les dimos variadas explicaciones de las llamadas al seguro en España, de su contacto con los representantes en USA, etc, etc, y aunque no se les veía convencidos accedieron a que Inma fuera visitada. 4 horas después salimos de allí con apenas 15 minutos de atenciones médicas en todo ese tiempo (todo lo demás fue esperar, esperar y esperar) con las preguntas de rigor y la toma de la tensión, una inyección de penicilina en el culo, y una factura de 800 dólares. Leyéndola más despacio, parecía que le hacían rebaja a la compañía de seguros con la que deberían tener algún concierto y la cosa se quedaba en la mitad. Je, como para quedarte allí un par de noches…

Amy, la norteamericana que nos invitó a su cumpleaños, nos contaba que ella estaba en esos instantes sin seguro. Había dejado su trabajo para mudarse a NOLA y como apenas tenía dinero no podía pagarse un seguro. Le preguntamos, “¿y si te pasa algo grave como un ataque de apendicitis o algo así y tienes que ir a un hospital?”. “No, no me puede pasar nada”, dijo, “si me pasase algo así, el crédito que tendría que pedir para pagar la factura me arruinaría para toda mi vida…”.
Marcella nos explicaba que antes de trabajar para la universidad estuvo en un bufete de abogados, trabajando de sol a sol durante un año, y al cabo de ese tiempo los jefes le dijeron que habían pensado que igual podían ayudarle a pagar la mitad de su seguro…

Más o menos el asunto es sencillo, si tienes dinero todos los meses para pagarte un seguro estarás cubierto, y si no, pues a esperar que no te pase nada.  Existen un par de planes que son el “medicare” y el “medicaid”. El primero creo que es para atender a mayores de 65 años (no sé en qué casos) y el otro es más general, para atender a gente sin recursos, pero que también debe estar muy restringido, sólo para casos de emergencia o algo así. Las cifras son claras, en la actualidad unos 30 millones de estadounidenses no tienen seguro médico. La administración Obama intenta solucionar esto y que un 95% de esos 30 millones pasen a tener seguro. Desconocemos lo que les pasará al restante 5%, pero bueno, el avance es importante si lo consiguen.

Claro, cuando vives estas cosas más de cerca, es cuando aprendes a valorar un poquito más nuestro sistema sanitario, por muchos fallos que pueda tener, por muchas listas de espera que haya. Esa tranquilidad que te da el saber que si estás jodido te vas a urgencias y aunque tengas que estar allí unas cuantas horas dependiendo de la gravedad, sabes que finalmente te van a atender y que van a hacer todo lo que haga falta por salvarte, eso vale mucho.  Además, me parece de puta madre que en mi país se atienda a un extranjero y se le cuide si está enfermo. Joder, ¡que es una persona! Lo que habrá que hacer en este asunto es evitar situaciones como que haya gente trabajando en negro sin aportar su cotización, claro. Pero en fin, ese es otro asunto, vuelvo a cruzar el charco.

Lo de la educación más o menos es como sigue: hasta los 16 años debe ser parecido a lo nuestro, enseñanza obligatoria, y luego pueden hacer dos años de bachillerato (ciclos formativos no hay). Lo que no hemos averiguado es el coste, pero creo que por ahí no hay problemas.  El asunto cambia radicalmente cuando se pretende ir a la universidad. Puedes elegir entre la pública y la privada. La primera, de mucho menos prestigio, te saldrá más barata, o mejor dicho, menos cara. La pública puede salirte por 10.000 dólares al año. La privada, dependiendo de la universidad, ronda entre los 20.000 y los 40.000 al año.  Esto no son cifras dichas al azar. Marcella, que da clases en Tulane, nos contaba lo que pagan sus alumnos de arquitectura: 35.000 dólares. Por año, insisto.  ¿Cómo hacen para estudiar? Sencillo, mediante créditos a bajo interés. Y como nos decía Amy, cuando acabas de estudiar eres un joven de 22 ó 23 años hipotecado para toda tu vida. Si ya de paso se te ocurre comprarte una casa… Hay becas, eso sí. Si eres un buen deportista, te puede salir gratis el tema. Y también si demuestras ser un figura intelectual, ahí también te ayudan.

¿Cómo se justifican esos precios? Bueno, cuando vas hurgando en el asunto, vas encontrando explicaciones a algunas preguntas. En lo que se refiere a la calidad de enseñanza, por ej. a los alumnos de Marcella les repercute en que ella sólo tiene 11 alumnos en su asignatura. El trato es absolutamente individualizado, ella por ej. se pasa las noches resolviendo dudas de sus chicos vía e-mail.  Y esa situación tan penosamente común en las universidades españolas de “hoy el profesor tal no ha venido, no hay clase” sin justificación alguna, aquí no parece que pueda llegar a suceder, es inconcebible, decía Marcella.
Pero esto, siendo bastante bueno, no alcanza para entender que se paguen semejantes cantidades de matrícula. Pero hete aquí que cruzando las interminables estepas estadounidenses, hablaban en la radio (en español, eh, que si no ni de coña nos enteramos de todo lo que contaban) de uno de los problemas que iban a tener con la reforma sanitaria. Decían que había pocos médicos de cabecera, y que como con la reforma se precisará de eso tipo de médicos, iban a faltar. ¿La razón? Los bajos sueldos de los médicos de cabecera. Estos pobres desgraciados tienen unos sueldos de apenas 130.000 dolares al año, y claro, todos los médicos se quieren meter a alguna especialidad, para cobrar sueldos más “dignos”…

Según nos han explicado, aquí hay muchísima gente que apenas cobra 1.000 dólares al mes, es decir, haciendo la cuenta rápida, unos 12.000 dólares al año. Claro, esta es la gente (mucha, nos insistían) que difícilmente puede pagarse un seguro médico, obviamente. Y esto deja también a la luz, la brutal brecha social que debe haber en este país. Y lo que también explica, es lo de los precios de la universidad. Si una carrera dura 5 años, el alumno tendrá que pedir un crédito de pongamos 150.000 dólares (cuando no más, ya que si tienes que estudiar fuera y pagarte piso y comida, átate los machos…), pero claro, si consigues un trabajo en el que te paguen eso cada año, en muy poco tiempo lo has devuelto y a partir de ahí pasas a formar parte de la élite… El negocio es redondo para las dos partes.

En fin, supongo que igual lo he simplificado todo mucho, pero si algún lector o lectora con más datos y una opinión más autorizada quiere aportar algo, pues bienvenidos sean los comentarios.

Y ahora voy a seguir tomándome la tradicional infusión de menta con miel y limón, que no quiero que este resfriado tonto que he pillado me lleve a hacer más visitas a hospital alguno. En España no pisaría de ninguna manera un centro de salud por tal nimiedad; aquí no me llevan ni atado…

New Mexico

La ruta de vuelta por el sur añadió otras 100 millas a las 1150 de la ida, en total 2000Km que hicimos de tirón, parando sólo a mear y a echar gasolina, es decir, 21 horas conduciendo sin descanso… igual nos podemos apuntar a la próxima prueba en Le Mans, je, je.

El norte nos había ofrecido carreteras de película, me refiero a esas películas en las que aparecen interminables y desoladas carreteras que parecen no llevar a ningún sitio… Siguiendo los consejos de Mathias, escogimos el sur para volver, con la ilusión transmitida por él de que la ruta iba a ser mucho más bonita que la de ida. A pesar de que suponía un apreciable incremento de la ruta, le dimos crédito.

Los primeros kilómetros prometían bastante con unos bonitos paisajes nevados, pero el talante de la carretera no difería mucho a lo vivido en la del norte. De hecho, en los primeros 800 Km apenas nos cruzamos con media docena de pueblos (por llamar de alguna manera a unos puñados de casas que estaban más o menos cerca unas de otras) y 2 ó 3 ciudades (es decir, innumerables comercios de todo tipo a ambos lados de la carretera), y tan solo encontramos dos gasolineras a mano (las cuales aprovechamos ante la apremiante necesidad; habría otras, supongo, pero vete a saber dónde). Pero aún así, lo que más nos sorprendía era el irte encontrado de tanto en tanto con alguna casita aislada en mitad de la nada. Véase en la foto la flecha roja que apunta al hogar que habían plantado allá a lo lejos, con un acceso indeterminado y con la desolación más absoluta como vecindario. Y situaciones como la de la imagen las fuimos encontrando de tanto en tanto durante los casi 1200 Km que separan Santa Fe de  San Antonio, es decir, casi todo New Mexico de norte a sur, y una buen cacho de Texas…

Estas visiones, junto con el lento discurrir de las horas al volante, le hacía perder crédito a Mathias irremediablemente, para también daban de sí para todo tipo de reflexiones. Por ej, intentábamos imaginarnos lo que habían sido aquellas épicas peregrinaciones de colonos hacia la tierra prometida en el lejano oeste. Al conducir por estos lugares, las palabras “épicas” y “lejano” cobran un sentido cargado de autenticidad. Aquellos familias ilusionadas con encontrar un hermoso lugar donde vivir, el osado padre, la devota esposa, los niños, el perro, y todas sus posesiones, subidos a una carreta que se iba a ir desvencijando inexorablemente día tras día y que emprendían un camino desconocido sin asfalto, sin señales indicativas, sin moteles de carretera, sin tiendas donde comprar agua o comida, y con la permanente amenaza de los cabreados indios… y claro, vas pensando todo esto mientras ajustas la temperatura del interior para estar agustito viendo la nieve a través de los cristales, sujetas el volante con una mano mientras con la otras vas echando unos tragos al green-tea “Arizona” y comiendo unos cacahuetes, va sonando un suave y relajante jazz en la radio por satélite, las piernas juguetean al ritmo de la música sin preocuparte del acelerador (el “cruise” es todo un invento), y… entonces te preguntas en silencio qué diablos es eso de ser un aprendiz de viajero… Aquellos intrépidos seres sí que eran auténticos viajeros, locos que estaban dispuestos a enfrentarse a todo lo que les deparara el incierto camino con tal de perseguir su ilusión de una nueva vida. Acojonante.
Quizá alguna de esas casas que íbamos encontrado aisladas “in the middle of nowhere” pertenecían a alguno de aquellos colonos que se terminaron agotando y sin ánimo para seguir plantaron la tienda allí donde se encontraban, y las sucesivas generaciones han permanecido allí aislados ajenos a lo que sucede en el mundo… Porque esa es otra, ¿quién son todos esos seres que viven desperdigados por estos lugares? ¿Dónde van a comprar? ¿Dónde están las escuelas, los bares, incluso las iglesias? ¿Con quién se relacionan? Estoy convencido de que las tribus perdidas en remotas islas de la Polinesia están más investigadas y se tienen más datos sobre ellos, que sobre los habitantes de estas tierras… ¿Hay algún sociólogo y/o antropólogo por ahí interesado en realizar una inusual e interesantísima tesis? Si necesita ayudante, me apunto.

Al acercarnos a San Antonio, el paisaje empezó a cambiar ligeramente, y aparecieron algunas lomas incluso con algo de verde que nos fueron acompañando durante algunos kilómetros. Fue agradable para nuestros agotados ojillos. Y Mathias recuperó algo del crédito perdido, jaja… Luego llegó la noche y nos quedamos sin saber cómo era el resto del paisaje hasta NOLA, esa parte quedaba pendiente para una próxima ocasión, quizá en abril, quién sabe. También quedó pendiente la visita a las cuevas de Carlsbad, altamente recomendadas por Mathias y que probablemente le hubieran hecho subir muchos enteros como programador de rutas, pero lamentablemente no teníamos tiempo, había que entregar el coche de alquiler a la hora, si no nos quedábamos sin seguro y eso no parecía sensato. En cualquier caso, elegir la ruta sur ha sido un acierto, para así podernos llevar una idea más real de lo que supone atravesar Texas y New Mexico. Todo una experiencia por las sensaciones experimentadas. Muy recomendable. Aunque mejor con más tiempo, para poder ir parando en alguno de esos aislados lugares donde probablemente pocos turistas habrán parado. Queda pendiente.

Pero el titular de esta entrada es “New Mexico”, así que creo que ya toca contar algo al respecto. Ya veo que esta entrada no va a ser de las cortas…

Venir a este estado, y más concretamente a Santa Fe, tenía el objetivo (aparte de hacer algo de turismo) de conocer a Jane. Con ella he sido desde enero lo que en inglés llaman “pen-friend”, creo.  Es decir, que nos hemos estado escribiendo correos electrónicos gracias a Mónica, maravilloso ser al que tuve la fortuna de conocer en la época dorada de La Laboral allá por el siglo pasado, y que debido a que ella había estado 3 años en Santa Fe como profesora de español (estas cosas del Ministerio de Educación a las que a mí no me dejan apuntarme por estúpidos asuntos burocráticos), me pasó el correo de Jane por si en mi paseo por estas tierras me quería acercar por allí.

A la hora de elegir destino para el paseo norteamericano Santa Fe se convirtió en una opción interesante, pero a raíz de lo que me contaba Jane y las bonitas y blancas fotos que me enviaba mostrando el intenso frío que allí sufren (normal, la ciudad está a 2000 m.) y dado que las ofertas musicales no eran muy grandes, pues opté por NOLA, con la intención de hacer una visita a Santa Fe. Esta es la explicación de los hechos. En cuanto a Jane, ya desde el primer momento con los correos se mostró como una persona amable, simpática, cercana y encantadora. Todo lo cual, una vez conocida en persona, se ha visto no solo confirmado sino aumentado con otro puñado de agradables calificativos. Cuando supo que íbamos para allá, nos preparó una magnífica agenda para que pudiéramos conocer no solo la ciudad y alrededores, si no también a sus amigos que a la postre eran también amigos de Mónica. Pero no solo eso, también mostró su tremendo interés y generosidad y se desvivió por ayudarnos cuando se enteró de que Inma tenía un terrible dolor de muelas y las pastillas no estaban haciendo el efecto deseado. Llamó a todos sus amigos y conocidos para intentar buscar algún tipo de ayuda para Inma, para que alguien pudiera hacer algo con la maldita muela. Finalmente terminamos en un dentista que sirvió para diagnosticar con más precisión el problema y tener claro cómo tratar el asunto. De este asunto hablaré en la siguiente entrada.
Pues eso, que conocer a Jane en persona ha sido un placer enorme. Y no sólo a Jane, sino a todas las personas que ella nos permitió conocer, y que ahora van a aparecer aquí, cómo no.

Pero antes de entrar con la gente de Santa Fe, tengo que hablar de otros seres que también nos encontramos aquí: ¡¡¡Los tunos!!! Cuando marcharon de NOLA ya nos dijeron que su ruta pasaba por Santa Fe y vimos que había alguna posibilidad de encontrarnos allí, y sí, una noche pudimos coincidir y pasamos de nuevo una agradable velada además de compartir el “hostel”. Fuimos a su encuentro en “El Mesón”, otro de esos restaurantes españoles que los tunos saben rastrear con sagacidad, y allí nos estuvieron contando sus últimas aventuras, en este caso desventuras con su carro, que había cascado el embrague y la bromita les había supuesto $1000… Suerte que la sesión de El Mesón les reportó pingües beneficios, y estaban contentísimos. Ahí les tenemos en la foto con los músicos que esa noche tocaban en el restaurante. Hacían jazz, y eran buenos, pero los triunfadores de la noche fueron Alex y Rafa, sin duda.

De Santa Fe seguían su camino hacia el cañón del Colorado, y luego ya irían bajando de nuevo para acercarse hacia Méjico. Como muy tarde el 16 de abril tienen que pasar la frontera, ya que a Rafa se le acaba el visado, y es mejor no buscarse problemas con los de “la migra”… Así que les deseamos un maravilloso viaje cargado de magníficas aventuras, y nos despedimos hasta ojalá una próxima vez. ¡Esta gente de la Corona de Aragón son más majos…!

Y ahora los de Santa Fe. El miércoles por la noche tocaba cena en casa de Jane. Bueno, lo de por la noche es un decir, en esta ciudad el tema de los horarios no se parece mucho a los de NOLA, ni tampoco a lo de España, desde luego. A las 10 ya estaba todo finiquitado y los múltiples invitados ya habían desfilado hacia sus hogares. A nosotros no nos hubiera importado quedarnos tomando unos tragos hasta las tantas, pero… no parece que esta sea la costumbre por aquí, jaja. Jane preparó una cena espectacular. Como habían estado ella y su marido Sandy en Marruecos hacía poco, aplicaron sus recién aprendidas recetas y fuimos sus conejillos de indias para probar sus platos. Muy bueno todo, magnífico. Y en el centro de la mesa las banderas de España y Marruecos, junto con una puesta en escena exquisita. Aprovechó para invitar a varios de sus amigos, la mayoría amantes de nuestro idioma, y así aparcamos el inglés y practicamos español con todos los presentes. (Recuerdo que se puede pinchar en las fotos, ¿eh?)

Entre los invitados, gente tan peculiar como Dee (de espaldas en la esquina de la foto) y Andy (al lado de Inma). Son artistas. El igual se atreve con la carpintería como con unas hojas en blanco para llenarlas de versos, y ella hace esculturas con fibra de vidrio. Tienen una casa en Llanes donde pasan mucho tiempo, de hecho tienen el corazón un poco dividido.  Pero no menos peculiar es la madre de Dee (a mi derecha), una encantadora señora de 84 años que no quiere renunciar a su vida independiente. De hecho vino con su coche solita, y tan pincha. Pero si hablamos de gente mayor que no se resigna a apalancarse en una mecedora, al fondo al lado de la madre de Dee está Sandy, el marido de Jane. Sandy es una persona adorable, su afable rostro es una mezcla de sosiego, calma, alegría, y a la vez está lleno de vitalidad y energía. A sus 78 años sigue esquiando toda la temporada, pero no en plan dominguero, no, es que la criatura es monitor de esquí y sigue trabajando en ello… Impresionante. Un gran tipo.
A mi izquierda se encuentra Fanny, chilena que lleva aquí ya largo tiempo, y que fue una de las que intentaron ayudar con lo de la muela. Muy maja. Los otros dos invitados eran compañeros de aventuras montañeras con Sandy, también practicantes de español, y simpaticotes ellos. La que falta en la foto es precisamente Jane, que es la que la hacía, claro. Pero bueno, en las siguientes la podemos ver.

El jueves por la tarde Jane nos presentó a María Elena (no tengo foto, lástima), una colombiana absolutamente incontrolable, un terremoto. Su propio hijo le llama cariñosamente “la loca”. En las dos horas que estuvimos charrando (bueno, que estuvo charrando) nos pareció estar viviendo una telenovela de estas sudamericanas… Divertidísima la mujer.

El viernes la cena fue en casa de Sonia. Ella, en el centro de la foto, es de Alicante y es profesora de español aquí. Se encargó de hacer una paella que desde luego estaba buenísima, como no podía ser de otra manera viniendo de una levantina. Vino hace 8 años a dar clase, al poco conoció a Russell y se casaron. Dos niños y otros dos que tiene él parece que la van a tener alejada de la tierra de las paellas por un largo tiempo. Sonia mantiene una dura competición paellera con Marisa, a su derecha en la foto. Pero según los que han podido probar ambas, Marisa tiene una ligera desventaja, normal porque su condición de Sevillana le hace estar en peor posición que una alicantina, pero bueno, me quedé con las ganas de comparar. A Marisa junto con Mathias (a su derecha, nuestro querido proveedor de rutas alternativas) los conocimos en New Orleans. Jane (esta vez si que aparece en la foto) les dio nuestros datos porque se iban a hacer turismo una semanita por Louisiana y nos vimos en NOLA una noche. Nos invitaron al Mulate’s, un famoso restaurante de comida Cajun al que probablemente no habríamos ido de no ser por ellos, y luego nos fuimos a ver una actuación de jazz del tradicional. Una agradable noche, tras la que nos citamos para vernos en Santa Fe, como así ha sido. Marisa y Mathias se casaron el año pasado, ambos llevan unas vidas paralelas de “ex” e hijos (ambos con su parejita) y ahora están todavía flotando en esa nube de los comienzos de una relación, en la que la adolescencia vuelve a impregnar tu cuerpo y tus manos no saben estar quietas ni un momento, jaja… Sencillamente encantadores.

Y el sábado por la mañana tocaba desayuno americano en casa de Dee y Andy, nada que ver con lo sufrido la primera mañana en New Orleans en “Betsy’s Pancake House”. Allí estaba, además de Jane, Teresa, una de las hijas de los dos. Teresa ha pasado bastantes años en Llanes, así que además de ser bilingüe, también tiene su corazón repartido. Ahora estaban de celebración en su casa (Dee no podía ocultar su tremenda emoción) porque le habían dado a Teresa una beca en Princeton para los próximos 5 años, para hacer un doctorado. Teresa estaba más serena que su madre, la verdad, y en lo que estaba pensando era en si podría irse a España ahora unos meses antes de tener que ir a Princeton. Ojalá pueda ir y nos podamos ver allí.
La casa de Dee y Andy era de esas que a mi me hacen ponerme nervioso… por no tener algo así, jaja. Está en mitad del campo (Julia -pronunciese “yulia”-, mi GPS, se vio incapaz de llevarnos hasta la casa) con un montón de terreno con innumerables pinos, y tienen además otras casas donde están los talleres para desarrollar sus trabajos artísticos. Envidiable. Un placer estar allí. Y más en su compañía, claro.

El sábado por la noche pudimos comprobar que sí que hay vida más allá de las 10pm en Santa Fe. No debe ser lo normal, pero si quieres salir de noche, puedes. En un hotel había fiesta con una orquesta latina, y había un montón de gente bailando salsa y otros bailes latinos con bastante destreza muchos de ellos. Dada mi torpeza para estos menesteres, decidí guardar reposo, observar y tomar notas de los pasos. Algún día aprenderé a bailar, lo prometo.
Allí conocimos a Alberto, que está a mi derecha junto con Jacqueline, su compañera, y agarrando a Marisa está Juan, que son muy buenos amigos. Este conquistador latino, madrileño para más señas, se gana la vida como cantante. El solito con su guitarra ha conseguido abrirse camino en esta ciudad, y tiene el suficiente éxito como para poder vivir de la música. Y además ha grabado un disco con temas propios. Si no fuera porque las cosas no le han ido muy bien últimamente en el asunto sentimental, el mozo estaba viviendo una época dorada de verdad. Pero bueno, se le veía animado y con ganas de salir adelante. De hecho pudimos presenciar algunos escarceos ante las presas que se cimbreaban sugerentes por la pista de baile. Y yo tomando notas, claro…

Y en fin, aquí voy a dejar esta entrada. Iba a meter una galería de fotos de Santa Fe y New Mexico, pero lo dejo para otro rato. Quiero despedir la entrada agradeciendo a toda la gente que nos encontramos estos días todo el calor y cariño que nos han transmitido. Ha sido inolvidable. Y también agradecer a Mónica que ha sido la llave que ha abierto esta puerta para conocer a toda esta gente maravillosa.

1150 millas

Ya va la cosa camino de los dos meses en los States… ¿en los States? No sabemos cómo es el estado de Louisiana, ni su capital Baton Rouge, ni ninguna de sus otras ciudades y pueblos, ni las famosas plantaciones que te ofrecen visitar todas las guías… no hemos salido de esta ciudad en casi dos meses.  Igual tocaba un cambio. Y no era mal momento para cambiar ahora que coincidiendo justo con la llegada de la primavera, la temperatura había bajado unos 15 grados de un día para otro.

Un Hyundai Accent nuevecito nos esperaba el lunes por la mañana ajeno al rodaje que le esperaba. El cambio automático te proporciona tanto placer como acojono; apretar a fondo un embrague que no existe te lanza contra el cristal impulsado por el violento frenazo que provoca el pie izquierdo que se hunde en el freno con ese movimiento mecánico aprendido durante tantos miles de kilómetros acumulados con coches “normales”. Por suerte, no siempre algo que puede ir mal va mal, y los repetidos sustos no pasaron de ahí. Atar el pie izquierdo al asiento ayudó mucho en el intento de reducir los sobresaltos.

Y así se fueron sucediendo los kilómetros, perdón, las millas. El botón de “cruise” pronto demostró su utilidad, unos ligeros movimientos de pulgar y fijas la velocidad en el punto que te interesa, es decir, lo que marcaban las señales de tráfico. En ese momento puedes soltar el pie derecho del acelerador, hasta llegar a sentir incluso que quizá también podrías soltar las manos del volante dada la sorprendente ausencia de curvas. ¿Y se podrían cerrar los ojos también…? Ver en las películas las infinitas carreteras que discurren por desérticos paisajes siempre me ha producido una agradable sensación de anhelada libertad; ser el protagonista de una de esas escenas, ha añadido un regustillo de inquietante desamparo… Impresiona comprobar la cantidad de millas y millas que pueden ir acumulándose en el contador sin percibir a tu alrededor ni el más mínimo indicio de presencia humana más allá de los escasos coches que nos acompañaban en la solitaria peregrinación a quién sabe dónde. Los trenes eran otros de los compañeros de viaje, interminables convoyes de más de 100 vagones cargados de millones de libras de quién sabe qué.

19 horas de conducción desde la salida, 1150 millas,  más una noche de motel de carretera, nos llevaron al fin hasta Santa Fe, New Mexico. Nos recibió el sol, cálido, acogedor, podías ponerte la manga corta que hacía tan solo un día NOLA nos había negado. ¡Qué agradable! Dos horas después estaba nevando… Esté país es complicado de entender en muchos aspectos, el clima es uno de ellos.

Y a descansar, en el hostal Santa Fe, peculiar lugar para hablar de él con más calma. Pero eso, con más calma. Jane nos espera a la mañana siguiente con una apretada agenda en el horizonte de los próximos días.

Saliendo al espacio exterior

Los días pasan y uno se ve absorbido por la “rutina” de esta ciudad en la que sus habitantes encuentran con facilidad cualquier escusa para celebrar algo y estar de fiesta. Dejando a un lado las incontables actuaciones musicales que se suceden habitualmente por toda la ciudad, esta semana los irlandeses que viven aquí, o más bien todo aquel que sospecha que igual tiene un ascendiente de la isla aunque sea de hace 27 generaciones, y por extensión todos los amigos de estos tipos con rastros de sangre irlandesa, y ya de paso todo aquel que tiene una camiseta verde por casa y quiere salir a beber cerveza con la peña, han estado celebrando el St. Patricks day, que por supuesto no dura un day, si no más de una semana… En los desfiles (aquí no se concibe una celebración sin su “parade”) además de los tradicionales collares, les daba por tirar diversos alimentos, entre otros patatas, zanahorias, coles… (celebran que viven en la abundancia, dicen). Eso sí, mucha gente del público aprovechaba para no tener que pasar por el super en un mes. Nosotros, con un par de coles y una zanahoria para hacer una comida, nos conformamos. Mañana es el último desfile, y lo celebran junto con los italianos (que también tuvieron su “parade” hace dos semanas, pero que no tienen inconveniente en repetir con los irlandeses), pero creo que vamos a pasar de él, todo tiene un límite. Si no llueve, me iré a correr una 5K que han organizado por el centro de la ciudad, espero que lejos de los del desfile…

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Y es que ya hace más de mes y medio que estamos “encerrados” en esta ciudad, así que hemos decidido escapar unos días, y además lejos, para desconectar de este descontrol. Destino: Santa Fe, New Mexico. Allí nos espera Jane, amiga de Mónica que es amiga de… bueno, ya iré contando cuando estemos por allí. Salida, el lunes con un coche de alquiler. Las opciones de transporte público no han salido adelante, había posibilidades pero… este país no está muy puesto en este asunto del transporte comunitario.
Una semanita de viaje, y el 29 de vuelta en NOLA, que tenemos que ver a Pau Gasol apalizando a los Hornets (pero estaremos calladitos, no sea que nos zurren, claro…)

Hala pues.

Pasa la tuna

Varios días ya sin escribir nada en el blog… La vida en NOLA resulta cada vez más complicada, esta ciudad te lo pone cada día más difícil para pasar por casa; ayudan bastante las primaverales temperaturas, sin duda.

Así que ahora que la tuna ya ha pasado dejando su estela de buenos recuerdos, voy a presentar aquí a alguno de los personajes que su presencia nos ha permitido conocer. La idea de viaje de Alex y Rafa en su faceta de tunos es localizar todos los restaurantes españoles que se encuentren en las ciudades a su paso, y presentarse en ellos para ver si les dejan amenizar la cena a los comensales y así pasar la gorra. En NOLA hay, que sepamos, 4 restaurantes regentados por hispanos de la península, además de algún otro que se cuelga la etiqueta ibérica pero que lo llevan hispanos del cono sur. Y entre los de nuestra tierra, después de su paso por el “Madrid” (300 Harrison Av, para los que vengáis de visita) al día siguiente fueron al Lola’s, que es el restaurante de Angel, maravillosa persona que lleva en esta ciudad algo así como 30 años, y que consigue con su buen karma que este diminuto local tenga un algo especial que le permite estar lleno todos los días (3312 Esplanade Av). Lola era su madre, es la que se puede ver en la esquina de abajo en la foto. Ángel no solamente acogió de buen grado a Rafa y Alex, sino que también nos adoptó a nosotros que pululábamos por allí siguiendo las peripecias tuneras. Nos invitó a cenar y luego a su casa, y allí entre ron y ron íbamos esparciendo historias en la noche, todo muy apacible, muy familiar, muy como si nos conociéramos de toda la vida. Es lo que tiene el buen karma.

Al día siguiente nos volvimos a reunir todos (con Ángel y también se pasó Marcella) en otro de los restaurantes de españoles. En el 611 de Frenchmen St, escaleras arriba del Apple Barrel, te encuentras con un garito al que si llegas de casualidad sólo te quedarías a cenar por recomendación de terceros. El Adolfo’s, pese a que Adolfo es de Huelva, pasa por ser un restaurante italiano. Adolfo descubrió en su día que la comida italiana atraía a más clientela y no dudó hacerse pasar por transalpino, business is business. Pero la vida de este personaje debe ser sin duda para escribir varios tomos, al menos a tenor de lo que sabemos y de las buenas vibraciones que también se percibían a su lado. Adolfo recaló en New Orleans por casualidad. Tenía unos 20 años cuando estaba viajando por sudamérica y trataba de regresar a España. Es así como se metió de polizón en un barco que iba a Portugal y allí viajó escondido hasta que cuando el barco estaba llegando a puerto, se tiró al mar y llegó nadando hasta tierra firme. Su sorpresa fue cuando se dio cuenta de que la gente que se encontraba por la calle no falaba portugués, si no inglés… Se encontraba en Nueva Orleans. Estuvo unos días intentando encontrar otro barco que fuera, esta vez sí, a cruzar el Atlántico y como no encontraba nada se dirigió a los de inmigración a decirles que se quería volver a España, que lo deportaran. Los de “la migra” no debieron dar crédito ante tal petición, alguien que se había colado en su fantástico país de las oportunidades y que prefería largarse, y pasaron de él. Y hasta hoy, treintaitantos años después, aquí sigue. Y entre Abitas (una agradable cerveza local) rones y absentas, este incalificable personaje (adorable, eso sí), nos iba contando historias una tras otra hasta que el cansancio del largo día y el nivel de alcohol en sangre de algunos (pertenecer a la tuna no garantiza inmunidad frente al alcohol, jeje) puso punto final a la agradable noche. A otros, el alcohol no nos permitía hacer mejores fotos…

Al día siguiente la tuna siguió haciendo ronda por los lugares conocidos así como por otros nuevos, y la noche la volvimos a acabar en casa de Ángel, tras una nueva invitación a cenar en su acogedor restaurante, y esta vez con la compañía de Chanell, buena amiga de Ángel, una mulata de la que me voy a abstener de hacer comentarios por no meterme en un jardín del que no sabría cómo salir…
Por cierto, si alguno se ha visto el capítulo de “Españoles por el mundo” en Nueva Orleans (de la TVE), la Sevillana jovencica que sale hablando de su tío, es precisamente la sobrina de Ángel.  Uno que también sale en la secuencia del restaurante al lado de la sobrina, es su hijo, al que Ángel “por fin” ha conseguido echar de casa, decía, jaja…

El lunes por la mañana Alex y Rafa siguieron su camino. Sólo tenían pensado estar en NOLA dos o tres días, y se han quedado casi una semana… Ahora van hacia el oeste, tienen un largo camino por delante y miles de interesantes historias por vivir, seguro. ¡Qué envidia!