Cuando llegué el domingo a Zaragoza desde Madrid y salí de la estación de autobuses a la calle, lo primero que vi fue un autobús urbano. Lo miré sorprendido, extrañado. Era rojo. Inma estaba a mi lado, me había venido a buscar, y le dije, “¿han cambiado los autobuses, los han pintado de rojo ahora?”. Ella me miró aún con más extrañeza de la que yo mantenía mientras observaba alejarse al bus. “¿Pero qué dices?, ¡si siempre han sido rojos!”. A lo que yo insistí, “¿Rojos?, yo no los recuerdo rojos… no sé cómo eran antes, pero así no los recuerdo”. Todavía al día siguiente seguí mirando los autobuses con cierto recelo, como si hubiera habido una confabulación para sacarme de mis casillas.
Resulta sorprendente como sólo en 3 meses uno se puede acostumbrar tanto a una nueva realidad, y algo que has estado viviendo durante años puede desvanecerse de la mente, así sin más. Para mí los autobuses ahora eran verde pistacho, eran mi forma de llegar cada día a ese bar, a esa actuación, a ese concierto… era mi forma de llegar a esos lugares donde destilaban esa felicidad que bebía a grandes sorbos. Verde pistacho, no rojo.
Pues aquí me despido, con esta imagen que es el logo del Jazz Fest, recuerdo del aire festivo y desenfadado que caracteriza a esta ya inolvidable ciudad.
Pendiente queda una entrada, que supongo que emprenderé un rato de estos, con ese glosario que anunciaba en la anterior entrada. Un rato de estos que me entre la nostalgia y me apetezca revolver en los recuerdos.


























