Cierre del blog

Enero 10th, 2010

Escribir la entrada para finalizar el blog de un viaje terminado hace año y medio debe querer decir algo…

Aunque tampoco es algo trascendental, simplemente es la consecuencia de lo que se ha podido ir leyendo en las distintas entradas escritas aquí.

El ritmo vital de India, el día a día, el minuto a minuto es tan diferente a lo que aquí vivimos que la adaptación es compleja. El norte, cerca del Tibet, es más llevadero, respiras mejor, pero el resto es agotador, consume una energía inusual.

También el tipo de viaje realizado, yendo de aquí para allá, no es el formato que a mi me gusta, prefiero llegar a un lugar que me diga algo y quedarme allí un tiempo. Pero ya se sabe que el viaje grupal tiene ese precio.

Así que año y medio después, iniciando la confección del blog4, Paseando por Norteamérica, me encuentro con esta tarea pendiente, el blo2 estaba colgado de sin un final que cerrara esa etapa viajera. Y aquí estoy, evocando aquellas imágenes que no son fáciles de olvidar, ni tampoco hay necesidad de olvidar nada, desde luego. Me marché de allí pensando “este país lo pongo el último en la lista de lugares a los que me iría a vivir, pero quiero volver algún día a visitar lo que aún no he visto, y a disfrutar con otro ritmo de algunos lugares ya visitados”. Y con la perspectiva más certera que da la distancia, sigo pensando lo mismo que entonces, me ha quedado esa sensación de “buf, qué estrés, había que salir de allí..” y también esa “mmmh, habrá que volver por allí, sí, dentro de un tiempo…”.

La verdad es que han quedado muchas cosas interesantes que contar, es una pena, pero cuando el estado de ánimo está tenso y además los asuntos tecnológicos tampoco ayudaban mucho, pasa lo que pasó. Pero al menos voy a citar los lugares por los que pasamos desde que escribí acerca de Haridwar y Rishikesh, dejando aunque sólo sean unas breves palabras sobre ellos.

Nainital fue el último contacto con el norte de aire fresco, un lugar de vacaciones para los Indios, una especie de Biescas pero a lo indio. Se estaba bien, pero no es un lugar como para repetir. Volvimos a Delhi, donde recogimos a Cris y de ahí nos fuimos a uno de los lugares más fascinantes del viaje: Amritsar. Amritsar sólo es el Golden Temple, bastión de los Sijks (peculiares personajes, recomiendo leer algo sobre ellos, por ej. http://es.wikipedia.org/wiki/Sijismo), pero aunque el interés de esa ciudad termine en el Templo Dorado, la sola visita a ese lugar ya casi hace merecer la pena el viaje hasta la India. Es uno de los lugares a repetir, y también será recomendable volver a dormir dentro del templo.
La siguiente etapa fue Jaipur, de la que ha ha contado algunas cosas Ignacio y de allí a Jaisalmer, visita también muy interesante. Lo venden con el atractivo de ir a dormir al desierto, lo cual nos hizo tener ciertos problemitas a la hora de contratar la aventurita, pero la ciudad en si misma es realmente impresionante, mágica. Si además se les ocurriera cuidarla un poco más y por ejemplo enterraran los miles de kilómetros de cables eléctricos que cuelgan penosamente por sus impresionantes calles, ya sería la releche.
De allí fuimos a Puskar, reducto neo-hippie y también de Israelís viajeros, donde se pueden pasar unos días agradables si no te dejas contaminar por tanto “superguay” que circula suelto por sus calles. Y luego Udaipur, bonita ciudad a la que llegué diarreico perdido. No está mal el lugar, para una primera vez está bien. Aquí fue donde Cris e Ignacio se separan y se marchan por delante a coger su vuelo que salía unos días antes que el de Baku y mío, así que nos quedamos los dos solicos, dejándonos llevar en los últimos días. Chittorgarh, pueblo cercano a Udaipur, fue una visita rápida, tenía una interesante fortaleza con algunas bonitas edificaciones. Y de allí a Mumbai donde nos dedicamos sólo al tema comercial, a comprar los regalos de rigor.

Y bueno, pues hasta aquí llega este blog, este accidentado relato de uno de esos lugares de la tierra que descoloca a cualquier occidental. Si algún lector que no ha estado allí duda si ir o no, mi recomendación es rotundamente sí. Ahora bien, mi otra recomendación es hacerlo sin ningún tipo de expectativa, ni para lo bueno ni para lo malo. Hay que dejar que todo fluya libre de prejuicios. Luego, a la vuelta, ya habrá tiempo de digerir todo aquello y de juzgar si se tiene necesidad de ello. India es… diferente, y como se suele decir, no deja indiferente a nadie, pero es tan peculiar que a cada cual le llega algo muy distinto que al otro, aún incluso viajando juntos.

Jaipur, capital de Rajastán.

Agosto 28th, 2008

Por IGNACIO

Después de la visita matutina al observatorio astronómico del siglo XVII, volvemos a la calle principal con ánimo de dirigirnos a un restaurante recomendado por la guía. Caminamos en fila india en la zona que no es ni acera ni calzada. Nos sorprende que durante unos cincuenta metros todavía nadie nos haya invitado a entrar en su tienda o preguntado de dónde somos. Finalmente aparece de entre los porches un hombre larguirucho con indumentaria de camarero español: pantalones de pinzas negros y camisa de manga corta blanca (aunque éste con un agujero a la altura del ombligo). Me zafo de su ‘de dónde sois’ con nuestra respuesta favorita: ‘Laponia’; así que pasa a los demás, que también se escabullen, hasta llegar al último, Baku, al que logra llevarse a una relojería adyacente. Tras unos minutos de negociación, la venta no acaba de fructificar, así que nuestro gancho se quedará sin comisión. No obstante, antes de que nos vayamos, nos pide un favor visto que acaba descubriendo finalmente que somos españoles: nos muestra un pedazo de papel, una página doblada de cuaderno de una línea, nos pregunta si seríamos tan amables de ayudarle con la traducción al castellano, ya que pretende comunicar con una tal Carmen, según él amiga suya, que reside en Madrid. Sorprendente. Hasta ahora hemos visto de todo en la India, pero nada de este tipo. La primera impresión después de todo lo visto en este país es desconfiar y pasar de largo, pero por otra parte apenas nos cuesta unos minutos y tenemos tiempo hasta la hora de comer. Accedemos. Nos lleva a la vuelta de la esquina, una especie de patio interior, con mesa y bancos donde proceder, mientras una cuadrilla de indios merodean aburridos sin nada que hacer alrededor. Por cuestiones de mejor letra y por ser la última en escaquearse, será Cris quien haga de escriba. Empieza el dictado:

Mi Querida Carmen:

¿Cómo estás, amor? espero que estés bien. Pienso en ti a todas horas. No puedo dejar de acordarme de ti ni un momento. Estás siempre en mi mente y en mi corazón las veinticuatro horas del día. Estamos muy lejos el uno del otro, pero unidos muy fuertemente en nuestro corazón, cómo me gustaría que estuvieras aquí conmigo! así podríamos hablar los dos cara a cara. No es posible ahora, pero espero que lo sea pronto. Por favor, no te preocupes por mí, todo lo que estoy haciendo aquí, en Jaipur, es trabajar y pensar en ti a todas horas. Estoy esperando el día en que volvamos a estar juntos. Sé que podemos ser muy felices juntos, así que déjame saber cuándo volverás otra vez. Me gustaría que vinieras y recogerte en el aeropuerto de Delhi. Dime con qué compañía vendrás, la fecha y hora y el número de vuelo….

Y hasta aquí se puede leer en la fotografía que hizo José Luis de la carta. Continua por la página de atrás, pero lamentablemente de dicho fragmento no tenemos ni pruebas ni memoria, aunque era un poco más de lo mismo.

La sensación que causó el final del dictado fue para alguno de nosotros de ‘por fin, así que vámonos ya’. En cambio para alguna fue de regusto sentimental, parecía todo impregnado de sinceridad y ternura… El amante indio mostró su agradecimiento a la escriba con tres sonoros besos en las mejillas y preguntándose qué podría darle a cambio de su tiempo, y le preguntó: ¿cuál es tu color favorito? - Azul. - Entonces ven a mi oficina que te voy a regalar un collar azul.

Nos pusimos en marcha. La comitiva la abrían en pareja el indio y Cris, a veces cogidos de la mano, a veces la mano sobre el hombro, siempre por iniciativa de él. Detrás comentábamos… A medida que recorríamos distancia y calles cada vez más estrechas y alejadas del centro surgían sospechas: se hace raro que dicho señor tenga su oficina tan alejada del lugar donde está haciendo de gancho, y además que no esté trabajando en dicha oficina (que por cierto, ¿de qué será?), el hecho de que nos lleve por callejones de extraño apetito para turistas como nosotros nos hace pensar que quizás todo sea un reclamo para llamar nuestra atención y así conseguir atraernos a un lugar al que ni por casualidad hubiéramos llegado solos. ¿Acabará mostrándonos algo que comprar?…

Finalmente llegamos a la famosa oficina: en la puerta nos cruzamos con una rubia cincuentona que se despide de un indio. Mientras los demás entramos, José Luis se queda con ella (me entran ganas de preguntarle si ha llegado allí después de escribir una carta de amor). Dentro, una mesa de cristal con toda la mercancía en su interior: collares, pendientes, brazaletes, anillos y todo tipo de adornos de plata; sobre la mesa un álbum de fotos: fotos de un viaje a través de toda Europa, pero en ninguna de ellas aparece el gancho, sino su socio el joyero. Después de entrar en escena, éste nos irá contando sus viajes de negocios a Europa, las concesiones que tiene para vender plata en determinados sitios.. y casi todo esto contado en correcto castellano. ¿Quereis un té? Dos síes, un no: al final se ha descubierto el pastel. Todo era un cuento, querida Carmen. Mientras tanto, José Luis sigue fuera con la guiri, resultará ser una neozelandesa que compra plata al por mayor a nuestros ‘amigos’ para luego hacer negocio en su país; nos contará secretos de todo tipo sobre timadores rajputas de joyería (si en una piedra de collar el fondo parece metálico u opaco, seguramente será un trozo de papel, o los falsos porcentajes de plata que nos pretenderán colar: 10% debido al uso de cadmio, en lugar del prometido 92´5) y de lo que no es joyería (tengamos cuidado cuando vayamos a Pushkar, un pueblo del mismo estado de Rupiastán: parece haber toda una mafia que aprovecha a las niñas gitanas para que si logran colarte entre las manos una florecilla para la ofrenda en el lago de cada atardecer, aprovechen para pedir hasta 3000 rupias y más vale pagarlas), el precio de la plata, consejos de viaje. En cambio me puede la curiosidad y permanezco dentro en la lección de psicología de ventas: a la clienta se le regalan unos pendientes con el fin de que sienta algo entre deseo y obligación a comprar. Y al cabo de unos minutos al fin funciona. Poco, pero lo suficiente para que Carmen siga viva en el recuerdo y se vuelva a utilizar contra futuras víctimas.

Retazos de viaje

Agosto 28th, 2008

Por BAKU

El viajero impenitente (título pomposo para referirnos a este mequetrefe que, además, en este viaje, lleva tal prudencia que se troca en cobardía; vale, luego me explico) se despertó a eso de las 6. El suave son de la lluvia invitaba a seguir en cama ; ya se había levantado a miccionar entre las 3 y las 4. Quedose, pues, disfrutando de todo esto y mucho, mucho mucho más que por su cabeza llovía por un buen rato. Bien sabía que el curso acelerado de inglés de Vaughan (tan retrasado ya) lo esperaba. Decidió soñar que tampoco ese día habría curso V., que lo que invadía su mente no era como para ir metiéndole líos gramaticales, y menos de la Pérfida Albión.
Seguía lloviendo, pero decidió levantarse, tan alegre como ya iba tras sus ensoñaciones; curioso, todas con final feliz; lo que es la mente, eh.
Como la mañana no daba para caminatas, a moverse desde su silla de lectura; Fragmentos de Apocalipsis, de G. Torrente Ballester por casi dos horas.
Entretanto, chubasquero y jugos (uno de piña y naranja en solitario y otro de papaya y mango (!) para él y sus dos amigos, a los que despertó, perezosos ellos, para hacérselos llegar), y más Torrente.
Parecía que nunca iba a dejar de llover, pero a media mañana comenzó a amainar y en una hora hasta la niebla se había levantado. Otra vez el soberbio espectáculo del Himalaya frente a los ojos de nuestro J., o B., como se le quiera llamar, que por los dos responde.
Este espectáculo es demasiado bonito para perdérnoslo, aunque sea desde la habitación; hemos de buscar otras con vistas mejores. Y a eso se encaminan los tres intrépidos, ya tocando las 12.
Le voilá! Esto es lo que buscábamos. Describo: una habitación, con una sola cama, vale, qué importa, ya dormiré en el suelo, pero de frente a todo. Y en alto, para más señas. Para llegar al hotelito (Guest House) se deja la calle principal ( y única) de la población (añadido a Manali 3 kms. más arriba) justo donde el templo budista, creo, ya entraremos luego. Templo a la izquierda, comenzamos a sortear callejuelas empinadas por donde transitan por igual personas y animales (vacas, omnipresentes vacas). Y escaleras cuyos peldanos dan a veces a huecos que dan miedo. Por supuesto, sin barandado ni protección alguna. Con algo de sudor por la mochila al hombro, llegamos a nuestro Dharma Guest House. Y allí, otra vez la hab. 113. No sabemos por qué, acabamos siempre en la 103 ó 113…
Parece limpia, y hasta tiene una especie de cuarto ropero; la de ayer, sobria monacal, como casi siempre, no tenía más que una lámina gastada, mal recortada de alguna revista de arte, con la figura ecuestre del Conde Duque de Olivares, que ya tiene guasa, ya, en India.
Pero esta no tiene santos ni santones.
Eso sí, una terraza, casi para nosotros toda, !con un columpio! Sí, sí, contenga la inclinaci’ón a pensar en la mentira o la exageración, un señor columpio. Ya se veía nuestro JB leyendo en él a la tarde, si las lluvias del monzón…
En la subida habíamos comprado un pedazo de queso de yak. Damos cuenta de él en ” nuestra” terraza y no mucho después, si no por gana, sí por hora, visitamos el comedor del hotelito. Este nos depara una comida ya conocida, pero más o menos agradable.
Y para la digestión, subida a la catarata; media hora larga de pendiente pronunciada, con algunos resbalones, camino compartido con un par de japoneses miedosos (de esos que no hubieran sido aceptados en el Imperial Ejército Nipón de los anos 30, seguro), pastorcillas locales paraguas en ristre, que no deja de sorprendernos como aderezo de su indumentaria, pastoras con paraguas, más aprece el título de una obra de Miró; y vacas, claro.
Ya de bajada, más resbalones, alguna caída sin consecuencias y entrada en un campo furtivamente a por manzanas; homenaje a la infancia de JB, suponemos.
Más terraza, más cerveza, más Torrente.
Había olvidado que por la mañana hasta nos habíamos dejado tostar al sol un ratito; la terraza, la terraza…
Hora de salir. ¿Recordáis el restaurante japonés que vimos ayer? ¿Sí? Pues allí que vamos, no como los indomables, que no cabemos por las calles, pero sí decididos.

Tras comer platos que ni sabemos pronunciar a las pocas horas y haber charlado un ratito delicioso con la risitas cocinera japonesa , ” piccola passeggiata”, donde nuestros muchachos tientan la posibilidad de hacerse sendos sacos de dormir de seda, y al hotel, que hay cerca internete y hemos de contar cuanto de bello hoy hemos visto.

Y esta es la pequeña historia de tres viajeros y de su jornada de paz por las estribaciones del Himalaya. Como para repetirla sin cansarse hasta el día del juicio final…

De bruces con la realidad

Agosto 26th, 2008

Por AUPAEDURNE

Qué atroz que es viajar en avión. No te da tiempo a darte cuenta de que ya no estás donde querrías estar, a pesar de que te hayas pegado un día de viaje. De que, en unas horas, pocas o muchas, que más da, has dejado atrás, a miles de kilómetros, un país, paisaje, sensaciones y gente. Y que no quieres estar ahí adónde vas sino que te quieres quedar con esa gente, esas sensaciones, ese paisaje y en ese país.

Todo esto me venía ayer a mi nebulosa mente entre adormilamiento y adormilamiento viajero. Y pensaba en todo lo que dejaba atrás. Y no quería pensar en lo que venía por delante. Ni siquiera me alegré, más de lo estrictamente necesario por la perspectiva de una cama con sábanas anchas, cuando llegué a Zaragoza. Al contrario, me embargaba –y ahora al escribirlo me sigue embargando- una profunda tristeza.

No quiero decir con esto que haya vuelta transformada por la India, no. Nada de eso. Pero tampoco me ha dado tiempo de aborrecerla en quince días escasos. La publicidad turística gubernamental del país es “incredible India”. Y verdaderamente, lo es.

Pero aquí no quiero contaros mis impresiones de la India, que ya lo estoy haciendo en el otro blog (del que jl, por cierto, por fin ha puesto el enlace en éste…). Simplemente quería hablaros de la gente que he descubierto. En la India hay mucha gente. Y no me ha dado tiempo a conocerlos a todos. O sea, que no he podido descubrir a toda la gente que vive en la India. O sea que no puedo hablar de la gente que vive en la India. Hablaré de tres personas.

Ha habido una persona que conocía previamente un poquito y que ha sido una agradable sorpresa descubrirlo. De aspecto físico rotundo, personal y carácter a priori casi intimidatorio, con sus ideas bien asentadas y siempre vehementemente defendidas, al hurgar en él aparece una persona inteligente, de vasta cultura (eso se veía venir), sensible, enorme conversador y divertido. Me refiero al Baku. Resultaba fácil estar a su lado, a pesar de sus prontos y sus preferencias que lo hacía asemejar a veces a un niño mal criado (“vamos a hacer esto así para que no proteste el Baku”). Sí me ha gustado conocer a esta persona, con la que espero no perder el contacto.

El segundo ser en describir, había momentos que se parecía más a una computadora con patas y barba perezosa que a una persona en sí. Con calculadora, gps y amplia base de datos incorporada. Pero es un hombre. De eso te das cuenta porque los ordenadores no tienen sentido del humor. Un hombre joven de pocas palabras pero concisas y agudas como un florete sin bolita en la punta. Un hombre de aspecto serio, de mente activa e incansable, pero al que le he descubierto, casi robado, porque no se dejaba mucho, ramalazos de sensibilidad. Pequeñas grietas en su muralla dura e intelectual, de macho ibérico “buscando ganado” (¡las conversaciones que he tenido que aguantar!) por las que se atisban hasta puede que alguna que otra dosis de ternura. Ese es el Ignacio que he podido conocer estos días.

Por fin está José Luis. Pero de él no hablaré porque sería completamente parcial. Sólo que es un personaje extraordinario. Y, como le gusta a él, incluyo aquí el significado de la palabra “extraordinario” según la R.A.E.:

(Del lat. extraordinarĭus).

1. adj. Fuera del orden o regla natural o común.

2. adj. Añadido a lo ordinario. Gastos extraordinarios Horas extraordinarias

3. m. Gasto añadido al presupuesto normal de una persona, una familia, etc.

4. m. Número de un periódico que se publica por algún motivo extraordinario.

5. m. Correo especial que se despacha con urgencia.

6. m. Plato que se añade a la comida diaria.

7. f. paga extraordinaria.

Evidentemente, me refiero a la primera acepción, el sentido de “fuera de lo común”

Sí, han sido unos días inolvidables.

Aupaedurne

El paquidermo y la niña mendiga

Agosto 16th, 2008
Por BAKU .
Deja que te describa la calle principal de Haridwar. Imagina una calle larga, a cuyos lados crecen otras en su mayoría menudas y con final abrupto de cenagal, salvo en su segunda mitad y en la parte derecha según la subes (subir es un suponer, pues es llana; subir de encarar desde la estación de buses y trenes sería mas apropiado), en la parte que da al río, donde otra ciudad azafranada (color dominante en los peregrinos que deambulan a todas horas) convive paralelamente retroalimentándosen ambas.
En esta calle que damos en llamar principal hay toda suerte de tiendas. Como bazares, si así logro explicarme mejor. Casi todos abiertos a todas horas, casi todos diminutos. Entre estas cercas de comercios pululan sin orden hombres, mujeres (siempre menos), perros (¡pero cuántos perros hay en este país! Gatos apenas), vacas y demás. En ese demás véase tullidos, cuerpos que se desplazan sobre improvisadas tablas con ruedecillas y usan sus manos sobre el asfalto para empujarse y que apenas levantan un metro escaso del suelo, niños y niñas a destajo, andrajos@s, ya por mendigos, ya por trabajadores explotados. Dato: la mitad de la población de la India tiene menos de 25 anos.
Este barullo se acompaña de bicis de dos ruedas, de tres con pescante trasero para personas o cosas, de carritos multifunciones de 4 ruedas, ya fijos como puestos de ventas, ya ambulantes, de motos, de motocarros a tutiplén, de autos, camionetas, y hasta algún camión o autobús. Bueno, de todo lo posible. Puede dominar la escena un cortejo informe de peregrinos azafranados, un grupo de jóvenes ruidosos, una familia, lo que sea, siempre y cuando se respete el riguroso desorden y se mantenga el nivel de decibelios.
Y es en este maremagnum donde vemos que se incorpora desde una calle lateral un paquidermo. No es que fuera la primera vez que veíamos uno. Ya en Varanasi, pero era parte de un desfile que se anunciaba como circo. Incluso en la misma Haridwar el día anterior, pero iba con su cortejo de acompañantes por delante y por detrás (arriba, un hombre de unos 60 años, bien vestido, esparcía flores y saludaba a la concurrencia, la cual lo aclamaba; no logramos saber qué encerraba aquello, pero desde luego el personaje no era un don nadie). Esta vez el elefante va solo; bueno, con su conductor, quien se vale de una especie de vara metálica acabada en dos puntas, una cual flecha, la otra en semicírculo, ambas acabadas en punta. Ya imaginamos que la piel del animal bien merece tal pincho para enterarse de las órdenes. Pero solo, sin nadie por delante ni por detrás. Como otro elemento más en el tráfico.
Y como tal actúa: su conductor decide parar, baja por la pierna delantera derecha, y entra en un establecimiento. Entretanto, el elefantote (no habíamos dicho que no era un poni precisamente, sino un animal talludito, un señor elefante, vamos) no se queda inmóvil; mueve sus patazas, se ladea, parece buscar alimento. En fin, lo típico de los elefantes. A los minutos, sale el hindú y esta vez sube por la trompa ayudado por el animal. Y siguen su curso, esto es, entre el marasmo de personas, animales y vehículos. Y lo vemos alejarse en lontananza.
Quedamos más que sorprendidos, como podrás imaginar. !Qué espectáculo! Desde luego, sorprendente, exótico como pocos, fabuloso. Tan admirados quedamos que tardamos en caer de nuestro burro particular (!Saulo, Saulo, por qué me persigues!) y percatarnos del peligro manifiesto que para las gentes, obviamos vehículos y animales, ha supuesto la aparicion del animalillo andarín. Su ángulo de visión limitado, su poca precisión a la hora de posar las patazas en tierra, su peso, su todo es un peligro más fabuloso aún que su aparición.
Cualquiera de es@s nin@s…
Hasta hoy no le había puesto cara, pero llevo dos dias topándome con una de esas miradas de ojazos poderosos que solo en este país he visto en tal cantidad, unos ojos que parece que van a explotar dentro de las caras, que te pueden cuando se te fijan y has de evitarlos para no estar perdido. Los ojos de una niña mendicante atrapada seguramente por su casta y por su familia que la obliga a mendigar (su madre está en el mismo radio de acción), pero viva y vivaracha. Es que no puedo dejar de verla bajo los cuartos traseros del paquidermo. A la niña debajo y al resto que, ciegos, solo se percatan de ella para recoger la masa de carne que queda despanzurrada en el paviento acuoso y maloliente, mientras el elefante indio sigue su camino, como una enorme metafora…

De las gentes de por aquestos pazos; reseña facilona

Agosto 14th, 2008

Por BAKU.

Pecado mayúsculo de soberbia se me antoja así, de entrada, ponerme tan siquiera a hablar, a mes apenas vencido del viaje, de las gentes de por aquí. Y no sólo porque en el paquete van, ahí es nada, mil millones llenos de ceros y , que ya es gente, ya, sino porque cada un@ tendrá padre y madre, y muchas más cosas propias. Como cuando a Don Winston Churcil le preguntaron que qué pensaba de los franceses y él, así, bien alto, dijo aquello de ” verá vd., es que no los conozco a todos”.
Pero claro, yo, para enredarme en estas cosas, cuento con dos ventajas de las gordas, de las de antes. Una, que lo escribo por una fuerte razón, porque me da la republicana gana; la otra, que cuento por anticipado con la clemencia de quien lo lee. Sin estas, ni atreverme, oiga; con estas, a darle al teclado sin apuro.
Eso sí, por no perderme en mis libertades recién otorgadas, vamos a ponerle a semejante campo un par de marcas: una, que me basaré en lo visto y oido; otra, que lo organizaré por grupos de edades. A ver si así consigo algo de orden y seriedad.
Las gentes de edad (de edades avanzadas, quienes pasen de los 60, por poner un número): pues con estas, si desde la coyunda mental de un occidental se parte, el mundo al revés. Sí señor, son l@s más visibles, los más atrevidos, con sus andares parsimonioceremoniosos, sus indumentarias de hippies, sus abalorios visibles, sus “pirsins”, sus melenas, a veces rastas…
Idem ellas: cualquiera suma en su rostro más pirsins que una cuadrilla entera de adolescentes de las de por allá. Sus trajes, los más atrevidos, quienes más enseñan (estómago, vientre y su correlativa espalda, claro), sus colores, peinados…Todo exagerado. Jovial, diríamos.
Porque, y entramos en el subgrupo de mujeres en general, éstas se hacen invisibles (luego hablaremos de las castas, que tiene miga y, en este punto, vuelcan las cosas). Y si se las ve, andan a la suya, sin mirar más que su camino, el que les llevará al mercado o a sus casas. Poco más se puede decir, pues pocos más datos tenemos, sólo suposiciones, pero este no es el libro de las suposiciones.
De la vestimenta, deducimos que el shari, seis metros de multicolor tela que únicamente ellas saben cómo colocarse, el omnipresente shari, va cediendo terreno a pasos agigantados al suit; este, más práctico, se compone de dos piezas: una inferior, a modo de pantalón (puede ser ancho o estrecho), y otra, una suerte de habito que la recubre hasta las rodillas. Todo del mismo color o a juego, todo igualmente colorista, se entiende. Ah, con su largo pañuelo con caída a ambos lados de los hombros y hacia atrás.
Digo, las castas, pues aunque abolidas por el Mahatma, ahí están. Y las mujeres de las castas inferiores, la de los intocables, esas sí se dejan ver. !Como que son quienes llevan el peso de las obras públicas! Tal cual lo has leído; quita la mueca y sigue. Con sus sharis coloristas, amasan, acarrean, alimentan con el material a los hombres (menores en número) que encementan, levantan muros o abren zanjas. Confirmado: así y por todo el país. También de esta casta las mujeres que, descalzas y con niño en brazos, te tiran de la ropa para que sepas que por horas puedes tenerla ahí, mendicante. Parecen tener la piel más obscura. Pero no se puede saber del todo; nunca se las ve limpias.
Los hombres, en cambio, que todo lo inundan (hablamos, claro está, del espacio público), tienen su uniforme, si por tal entendemos esos pantalones con aire de pata de elefante, de color infefinido pero recordando a algún origen en gris y su camisa con algunos botones sin abrochar del todo, de rayas, cuadros, o lo contrario, que todo vale. En los pies, chanclas; algunos zapatos. No importa color. Calzado que se quitarán apenas se sienten, y aún de pie. Todo el conjunto no tiene por qué ser fiel a las leyes de las tallas, menos aún a las de los colores y sus combinaciones. Y todo desalinado y sucio. Hablamos de la vestimenta, que en el aseo corporal son infinitamente más cuidadosos y no es extraño verlos en fuentes, ríos y otros chorros de agua limpiándose durante largos períodos; y con jabón.
Hombres que miran inmisericordemente a las mujeres o que devoran a las extranjeras que algo de chicha muestren. Hombres salidos, o el personaje mejor logrado, pues eso parecen a todas luces.
Hombres que no siempre uno acierta a saber cuál es su misión en esa parte de la ciudad a esa hora, si no la de esperar y ver qué pasa. Mejor, quién pasa, y si es guiri atraerlo hacia donde sus intereses (los del indio) le beneficien.
Debe haber otra millonada de ellos trabajando en talleres clandestinos, viviendo, comiendo y muriendo allí, pero nos está vedado conocerlos. Y mujeres, me temo. Y es que en el paisaje urbano del país no se dejan ver edificios que recuerden a nuestras f’ábricas, ni aún desde los aviones.
Entretanto, ese 10% de musulmanes , ellas con sus cabezas ocultas; a veces también las caras),ellos tan fáciles de distinguir, con sus ropajes por todos conocidos, con predominio del blanco, y su kefia.
Jóvenes haylos, doquiera que mires, muchas veces en grupos; siempre varones, ni que decir tiene. Su vestimenta, algo más occidentalizada empero, sigue recordándonos que son hijos de sus padres. Ellas también de sus madres, aunque algunas van rompiendo con las tradicionales prendas; no tanto en las zonas rurales, eh.
Ellos sonríen y están deseosos de hablar, ellas apenas miran y pasan como si tuvieran su camino trazado con raya en el suelo.
Nin@s, nin@s y nin@s: incontables, los hay por donde vayas. Si uniformados, cumplen con sus obligaciones educativas. Si no, 24 horas de calle y buscando qué conseguir, más para sus padres que para ellos mismos. A veces cuesta trabajo distinguirlos por sexos.
Y con lo poco que he dicho tras lo mucho que había prometido, callo por hoy, no tanto por gusto cuanto por deberes de buen pasajero de autobús que ha de montar en uno en minutos.
Ya había dicho que contaba con tu clemencia, me temo que asimismo con tu paciencia…

Haridwar y Rishikesh

Agosto 10th, 2008

A la espera de que Ignacio haga la entrada sobre el viaje entre Manali y Haridwar (se ha ofrecido a relatar ese episodio digno de mención), paso a contar los días vividos en Haridwar y Rishikesh.

A este tipo no lo hemos conocido en persona, pero sí a uno de sus discípulos, Punit, indio conocido a través del Hospitality Club (consultar www.hospitalityclub.org para saber de qué va eso) y con el que compartimos unas agradables horas, a la vez que el mejor almuerzo que hemos tomado hasta ahora en todo el viaje. Imagino que a medida que Punit iba sacando las viandas debía pensar que llevábamos sin comer varios días… Y estuvimos casi todo el tiempo hablando de religión, de cómo conocer a ese gurú le había permitido al dueño del hotel Jimmy salir de sus problemas con las drogas, y más aún, le había enseñado a ver a Dios en su interior. Nos dio la dirección del Ashram de este gurú en Delhi con la intención de visitar el lugar cuando pasemos de nuevo por la capital y que así tengamos la fortuna de que nos ilumine también a nosotros. Lo intentaremos, la cosa promete.

Haridwar primero y Rishikesh después, nos dieron bastante buen Karma. Son dos ciudades que al igual que Varanasi son paso obligado de los peregrinos que se dirigen hacia las sagradas fuentes del Ganges, y si bien al llegar temimos encontrarnos con una repetición del “shock” vivido en Varansi, enseguida comprobamos que no tenían nada que ver con aquello.

Vivimos las abluciones matutinas, la “puja” nocturna, toda la vida que rezuma constantemente en las orillas del Ganga, pero todo ello con una naturalidad y frescura que no sentimos en Varanasi. La tremenda religiosidad del pueblo indio es incuestionable (aunque posiblemente fuera nuestro error confundirla con la espiritualidad), pero la forma en la que la hemos sentido en estos lugares (creo que mis compañeros están de acuerdo con mis palabras, y si no, que maticen) nos ha hecho sentir muy a gusto aquí. Esta vez parecía que la “espiritualidad” no estaba en venta… (esta frase se la he cogido prestada a Sarah McDonald la de “Holy Cow”, es buena, ¿eh?)

Los shuds son tipos llamativos, sin duda.

Y también es llamativo encontrarte con una improvisada procesión (a pesar de la intensa lluvia que el caprichoso monzón nos trajo sin avisar, como todos los días) presidida por un lindo elefante en la que Ignacio (sí, el que está de espaldas) se vio sumergido y participando del baile jaleado por la multitud.

Todo era muy festivo, muy alegre; estas niñas, lejos de andar pidiendo rupias, sólo querían salir en la foto.

Y en Rishikesh (por suerte no vimos rastro alguno de los Beatles) nos alojamos en un Ashram.

Que nadie se lleve a engaño, un Ashram no es un hotel de 4 estrellas, más bien todo lo contrario. Como se puede apreciar en la foto con Baku, vives encerrado tras las rejas.

Son lugares para el recogimiento y la meditación. Todas las mañanas, entre 8 y 9:30 (en ayunas, como es de rigor), sesión de yoga (a la que nos apuntamos, claro). Si tenías narices de madrugar, también te ofrecían meditación a las 6:30 de la mañana. Por la tarde, más yoga si los tendones, músculos y articulaciones todavía tenían algo de vida… Yo pensaba que esto del yoga era para relajarse, uf, lo que hace la ignorancia…

Y en la puerta del Ashram, Ignatius se dio un baño sagrado. Pero creo que el sagrado trago no fue de su agrado…

Rishikesh también nos regaló la vista con sus cascadas y sus arrozales. Un bonita excursión, como todas las que hemos hecho por el norte.

Sus aguas no eran sagradas, pero el baño fue buenísimo.

Ah, por cierto, Baku y yo hemos hecho un envío de paquetes a España. Ahí van un montón de regalos que ya han sido comprados para evitar las prisas de última hora. Este “tailor” (que se debió hacer “rich” ese día con nosotros) nos los envolvió en tela, bien cosidicos y hasta lacrados, como en los viejos tiempos, ¡qué nivel! Eso sí, encomendaos a Shiva los que esperéis algún detallico para que la GPO india sea eficaz y no se pierdan los bultos por algún rincón…

Y bueno, estas dos poblaciones nos dieron muchos otros buenos momentos, pero veo que esta entrada va a salir muy larga, así que mejor seguimos contando tomando unas cervecillas a la vuelta.

Tan solo este par de fotos más, curiosas ellas, como la “demo” de subida a elefante que nos dio este buen señor que apareció sorpresivamente con su “vehículo” por una de las calles de Haridwar (cual cacharrería) y que lo dejó “aparcado” un momento para bajar a comprar algo.

O esta otra de la estación de tren, cuando íbamos a coger nuestro “sleeper” hacia Kathgodam. Eran las doce de la noche, y ese es el espectáculo que vimos al llegar a ella. Nos llevó un rato reaccionar, y aún más cuándo nos dimos cuenta de que no eran pobres sino familias normales y corrientes dormitando apaciblemente bien organizados tanto dentro como fuera de la estación esperando para pasar la noche hasta la hora de la salida de su tren. Contamos más de un millar. Este país es muy complicado de entender.

Manali

Agosto 6th, 2008

La velada con Marta dará de sí en otras entradas pero en esta toca hablar de este lugar que ha elegido para vivir, en el que hemos estado tan relajados y tan a gusto. Bueno, realmente el pueblín en el que nos alojamos estaba a unos 3 Km., de nombre Vashist.

La primera noche nos alojamos en una guest house que estaba bien pero no tenía las vistas a las que habíams acostumbrado a nuestro morro fino en McLeod Ganj, así que decidimos cambiar y la Dharma guest house se convirtió en nuestro lugar de retiro y reposo para los siguientes tres días.

Ahí estamos disfrutando de nuestra terraza tomando una cervecilla que acompañaba a un exquisito queso de Yak, mientras admirábamos el paisaje tras el columpio y las tumbonas… La India tiene momentos.

El pueblo en sí era tranquilo y curioso, con bastantes llamemos neo-hippies que buscan en él algo de paz y quizá otro tipo de condimentos distintos de los habituales en la cocina India. La maría crecía libre, salvaje y descontrolada en varios kilómetros a la redonda. Estos nuevos olores de la India no nos los esperábamos.

Pero también había bonitos templos, edificios que parecían recordar una época medieval, y unos populares baños públicos de agua caliente (muuuuy caliente) que servían tanto para lavar la ropa de toda la comunidad como para asearse por las mañanas también toda la comunidad. La verdad es que los Indios son muy limpios, con su cuerpo al menos, aunque luego el entorno no parece ser cosa suya…

Y en ese entorno volvimos a encontrarnos con paisajes hermosísimos, con nuestros queridos cedros, y con refrescantes cascadas.

Y deambulando por esos caminos perdidos entre los ripios después de agotadoras subidas, no es difícil encontrarte con alguna familia que ha plantado allí su casa y viven yo qué sé cómo y de qué. Pero siempre sonríen y nunca piden nada.

Los que sí pedían y había que negociar a muerte con ellos eran los comerciantes. Al final de este negocio de telas con Hashim (el de la gorreta roja), acabamos entablando una entrañable relación. Intercambio de teléfonos, e-mails y abrazos de hermandad. Muy emotivo.

Y es que esta gente del norte son majos, la verdad. En los pocos días que estuvimos aquí terminamos saludándonos con casi todos los de la calle principal (y única). El chavalillo de los zumos, el que nos informó en nuestros primeros momentos de desconcierto, el barbero que afeitó a Ignacio, el del puesto con queso de Yak, la encantadora cocinera japonesa de nuestro restaurante favorito… Sí, nos fuimos con cierto aire de melancolía, pero otra India aún por conocer nos estaba esperando. Tocaba alejarse de las montañas y tomar rumbo de nuevo al Ganga sagrado.

Casa Bella Vista

Agosto 1st, 2008

Tocaba entrada sobre Manali y la vecina Vashist, que es donde estamos ahora, pero la velada de anoche en Casa Bella Vista con Marta, me ha hecho cambiar los planes.

Paseábamos despreocupados por la tranquila y única calle de Vashist, en la que nadie te molesta más allá del portal de su negocio, cuando unas voces hispanas nos hicieron detener y entablar conversación. Silvia, con un familiar acento barceloní, nos empezó a explicar muy entusiasta cómo esa era su sexta visita a la India, y que venía a ver a su hija Marta que no solo llevaba seis años en este país si no que además estaba casada con un indio. Marta estaba tomando un chai un poco más arriba y allí que nos fuimos junto con la dicharachera Silvia y su otra hija Mar, a seguir la conversación. Nos contó que tenía un “negoci” en old Manali, una casa con habitaciones y un restaurante en el que servía entre otros manjares de nuestra tierra, ¡tortilla de patata! No qusimos hacerles perder más tiempo y nos despedimos prometiendo pasar a cenar por su restaurante.

El lugar era magnífico, en lo alto del pueblo, con unas vistas envidiables, se erguía una gran y hermosa casa que combinaba la piedra, la madera y los espacios abiertos con un plácido toque feng-sui. Y no sólo pudimos comer tortilla de patata, si no que le regalamos también a nuestros estómagos champiñones al ajillo, huevos fritos, patatas bravas, una pizza al horno de piedra, y hasta una ensalada aliñada con aceite de oliva extra-virgen!

Y no es que estemos comiendo mal, porque a la supuestamente variada cocina hindú (mucho que comentar al respecto), hemos añadido a nuestro menú del viaje la cocina nepalí, china, tibetana, koreana, japonesa, árabe, italiana y alguna otra que ahora no recuerdo, pero es que realmente nuestra cocina es digna de ser añorada creo que en cualquier parte del mundo.

Pero no era realmente el hambre lo que nos llevo a buscar la escondida Casa Bella Vista, si no nuestra ya nerviosa necesidad de intentar entender lo que estamos viviendo en este país, hambre por intentar aprender algo más allá de la superficial postal que nos ofrecen sus inaccesibles habitantes.

Cuando estábamos tomando el chai, Marta apareció sonriente, se sentó con nosotros, y comenzamos a charlar y charlar y charlar… Nos contó cómo había llegado hasta aquí después de haber estado viajando sola más de dos años, cómo conoció a Guiri en un curso de yoga justo en el momento en el que había decidido marcharse a Japón a trabajar dándo clases de español e inglés, cómo se tuvo que poner firme junto con él ante una familia tradicional cuando decidieron casarse… Sí, esta encantadora mujer a la que escuchábamos embelesados con su acento cual masala hindú (indefinida mezcla de especias) entre inglés, hindi, punjabi, castellano como segunda lengua y catalán de Barcelona como fondo aglutinador, tenía mucho que contarnos, mucha India odiada y amada corriendo por sus venas.

Y comenzamos a hacerle preguntas y preguntas y preguntas… y ella, siempre sonriente, nos iba contando y contando y nosotros le cortábamos nerviosos porque queríamos saber más y más… Y sucedió lo que suele suceder en estos casos, que nuestra sabida ignorancia no sólo no fue sanada, sino que a medida que íbamos aprendiendo sobre este singular país, más nos dábamos cuenta de que era imposible comprenderlo si no te integrabas en sus entrañas como había hecho ella.

Silvia apareció tras casi las dos horas que estuvimos hablando, tiempo que se nos fue como un suspiro, y le dijo a Marta que Uma se había puesto a llorar y sólo quería ver a su madre… Uma (su niña pequeña de 1año) lleva el nombre de la reencarnación de Parvati, que representa a la gracia… Ram (su niño de 6 años que ya se maneja con soltura en hindi, punjabi, inglés, catalán y castellano ) lleva el nombre de la reencarnación de Vishnu, regidor del universo (que Shiva me perdone si me equivoco con estos datos). Esto de los dioses es un poco complicado, de ahí que posiblemente haya dicho alguna tontería, y es que según la guía del trotamundos hay unos 300 millones de dioses. Luego nos dijo Marta que no era así, que tan solo eran unos 6 millones…

Y Marta se fue a cuidar a su niña, y nosotros nos fuimos a digerir todo aquello, la tortilla de patatas, y esa nueva India que habíamos comenzado a conocer.


Para los que queráis pasaros por Bella Vista, absolutamente recomendable, aquí van sus datos:

Casa Bella Vista

Log Hut Area, Manali (H.P.)

Tfno: 01902-251985  -  098166-99663

El norte

Julio 30th, 2008

Por fin el norte, ansiado bálsamo reparador de ilusiones perdidas.
Dharamsala, ciudad que el gobierno de Nehru ofreció a los tibetanos para establecer su gobierno en el exilio, nos ha servido realmente para reconfortar nuestras deterioradas almas viajeras. Concretamente McLeod Ganj, precioso pueblecito a 10 km. tirando para arriba, donde además de un montón de tibetanos, vive el Dalai Lama.

Este baño en la cascada puede simbolizar ese respiro y el encuentro con una nueva India, aunque sea llena de amables y sonrientes tibetanos… Pero eso sí, en ningún momento hemos dejado de tener claro que seguíamos en la India.

Aún habiendo llegado tan al norte, en un entorno natural precioso, con las indias vistiendo sus escoscadicos y bonitos sudus y a pesar del beneficioso efecto tibetano, los indios no pierden sus costumbres tan fácilmente, y el cubo de la basura sigue siendo sencillo de encontrar para ellos…

Los tibetanos ponen su punto de color y también de humor a esta ciudad. Todas las tardes, entre las 7 y las 8, los monjes se reúnen en el patio del templo para poder desahogarse después de haber estado todo el día con sus cosas de monjes. Es un espectáculo verlos gritar, dar extrañas palmadas y reírse con ganas no sabíamos de qué. Además es contagioso, no hay más que ver Baku e Ignacio …

Los monjes y otros seguidores de las enseñanzas de Buda, pasean por los alrededores del templo moviendo esos rodillos en los que hay escritos mantras, los cuales son lanzados al viento para que impregnen la atmósfera de buen karma, al igual que lo hacen las telas  llenas de mantras que cuelgan en los árboles.


Aunque no deja de ser curiosa esta pseudoreligiónfilosofía si nos fijamos en las ofrendas que le hacen a Buda en su templo.

Ah, y no hay que olvidar que los tibetanos están aquí porque tienen ciertas diferencias con los chinos, y en esta agradable ciudad nos lo recuerdan permanentemente en cada rincón.

Quedan muchas anécdotas por contar de esta ciudad, así como interesante gente con la que tuvimos la suerte de compartir muchos buenos ratos, como Víctor, un homeópata ex-óptico para más señas sevillano, absolutamente encantador. Quizá volvamos a coincidir con él en Haridwar (uno de los próximos destinos) y esperamos conocer también a su novia, que es ¡jugadora de mus!,  y es que desde que JA se fue a comer tomate con sal a España, ya no hemos podido echar ninguna partida.

Y despido esta entrada con la foto de esta pareja con la que llegamos a Dharamsala, Nick y Maggie que llegaron a la India ¡a dedo desde europa…! Ya llevan más de un año viajando y aún tienen pensado seguir otro tanto por lo menos. Y es que este tipo de ejemplos viajeros son puro veneno para mí…

Se les puede seguir la pista en su web: http://www.nickandmaggie.com/